miércoles, 14 de julio de 2010

OTRA BATALLA INNECESARIA.

Hay senadores convencidos sinceramente de que corren en la dirección del progreso cuando se manifiestan a favor del matrimonio gay. Hay otros que sólo lo hacen porque no tendrían vida política fuera del kirchnerismo. Y a ellos deben agregárseles los que desaparecieron sin combatir o los que viajaron sin despedirse. Así las cosas, los senadores se acercan hoy al momento de la crucial votación con números parejos, con la lengua afuera, urgidos a buscar una tercera vía, atenazados también por enfrentados sectores sociales. Las calles de la Capital fueron testigo ayer de esa discordia. Una diagonal entre dos paralelas podría estar, según negociaban anoche varios senadores, en la aprobación del proyecto de la Cámara de Diputados, pero cambiando el nombre de matrimonio por el de unión familiar, con igualdad de derechos, para todos los que se casen en las oficinas del Estado. La denominación de matrimonio quedaría sólo para el rito religioso. Dirigentes políticos intentaron ayer buscar la comprensión de la Iglesia a ese cambio con el argumento de que la alternativa sería aún peor: saldrá el matrimonio, tal como parece quererlo el ex presidente Néstor Kirchner. Incluso, trascendió que hubo una conversación telefónica entre la líder opositora Elisa Carrió y el jefe del ala más conservadora de la Iglesia, el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer. Carrió no confirmó ni desmintió ese contacto, pero al lado suyo dijeron que la conversación fue muy amable. "El obispo no adelantó una opinión definitiva", acotaron. Una franja importante de senadores proclives a votar la unión civil de parejas homosexuales no quería quedar presa de la confrontación entre Kirchner y el cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. Más importante aún: no quería ayudar al ex presidente en un eventual triunfo sobre el líder religioso más importante del país. En rigor, Bergoglio fue obligado por Kirchner a subirse a un ring que nunca lo sedujo. De hecho, Bergoglio no se pronunció jamás ante la decisión del ex jefe del gobierno porteño Aníbal Ibarra cuando éste estableció en la Capital la unión civil entre personas del mismo sexo. El problema es que Kirchner no aspira a ganar una pulseada en el Senado. Su visión épica de la política y su necesidad de hacer de cada tema un combate a matar o morir lo arrastraron al objetivo de derrotar a Bergoglio y, con él, a la Iglesia. La Iglesia, a su vez, reivindica el matrimonio como un capital cultural y lingüístico propio, cuya etimología también le pertenece. En realidad, la palabra matrimonio es, para la Iglesia, parte de la religión. Los católicos, y los cristianos en general, no son los únicos que piensan así. Las cosas son muy parecidas, por ejemplo, para la ortodoxia de la religión judía. Esa visión explicaría que la versión más moderada de la Iglesia haya quedado eclipsada por las posiciones más conservadoras. La decisión de Kirchner de liderar personalmente una cruzada contra los obispos empujó a Bergoglio, a su vez, a ponerse al frente de su Iglesia. O el líder era él o lo sería Aguer. Algunos obispos cometieron ciertos excesos verbales en los últimos días, pero nada fue peor que el discurso de Cristina Kirchner, que meneó la Inquisición para descalificar a la Iglesia. Otra vez, la historia sirvió como un arma que se arroja contra el adversario. Otra parte del problema es la condición de advenedizos de los Kirchner en este tema. Nunca creyeron en la necesidad de que su gobierno fuera el que legislara sobre el matrimonio gay. El primer proyecto en ese sentido de la entonces senadora oficialista Vilma Ibarra provocó una dura reacción del matrimonio presidencial. Ese proyecto fue anestesiado. ¿Qué cambió ahora? Cierta progresía social está tomando distancia de los Kirchner cuando observa crecer supuestos casos de corrupción y, sobre todo, cuando ven el patrimonio creciente del matrimonio que manda. Los Kirchner creen que el matrimonio gay podría ser un buen anzuelo para reconquistar a esas franjas ahora remolonas de militantes. ¿Qué mejor escaparate, frente a todo eso, que una lucha a todo o nada con el cardenal de Buenos Aires, con ese arzobispo que siempre les pareció fastidioso a los Kirchner? Esta percepción es lo que llevó a varios senadores opositores a condicionar su voto de hoy, que originalmente estaba a favor de aprobar el proyecto de Diputados, para no aparecer homologando un triunfo oficialista sobre el jefe de la Iglesia Católica. Los radicales que marchaban en esa dirección, que son cinco y no cuatro desde ayer, constituyen un bloque clave para la aprobación o el rechazo de la nueva norma. Sin ellos, el proyecto sería rechazado. Ellos son lo que estaban negociando anoche el cambio de la denominación de matrimonio por el de unión familiar. Sin la aprobación del oficialismo, es probable que esa modificación también sea rechazada. Así de empatado está el Senado. Las cosas habrían sido más claras, para bien o para mal, si todos los senadores ocuparan sus puestos. Dos senadores no aparecen por ninguna parte y otros dos andan en China con la Presidenta, pero el caso más llamativo es el del ex presidente Carlos Menem. No hubo otro presidente de la democracia argentina como él que se llevara mejor con la Iglesia y con el Vaticano. Hasta ayer, los senadores descontaban la ausencia de Menem, que beneficiaría así al Gobierno. Menem es ya inexplicable. Así las cosas, los que padecen el problema social y los que se sienten culturalmente agredidos han quedado sepultados por una batalla innecesaria, como lo son casi todos los combates del kirchnerismo.
Joaquín Morales Solá. LA NACION

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