lunes, 13 de julio de 2009

PARA ESPECIALISTAS LA GRIPE A PROVOCA EL 10% DE MUERTES ESTACIONALES EN EL PAIS.

Es la primera vez que seguimos un brote de influenza minuto a minuto. Y la realidad puede asustar. Mostrar datos históricos de fuentes oficiales, trabajos científicos y extrapolaciones de datos internacionales puede ayudar a comprender mejor algo que habitualmente no se mira y que parece sospechoso, por el desconocimiento. El grupo neumonía-influenza es una de las principales causas de mortalidad, aquí y en el resto del mundo. Según datos de 2002 a 2006, del Ministerio de Salud de la Nación, Dirección de Estadísticas e Información de Salud (DEIS), un 5% del total de defunciones (alrededor de 15.000 muertes por año) son atribuibles a este grupo. Es difícil saber cuántas corresponden específicamente a la influenza, pero se podría estimar que unos 2000 a 4000 decesos por año podrían deberse a la gripe estacional. Se supone que respecto de la influenza estacional común, con una tasa de ataque baja -digamos, de 10%-, unos cuatro millones de personas contraen la enfermedad en nuestro país cada año. En una pandemia, esta cifra podría alcanzar al 35% de la población, o aun más. Hablar, por ejemplo, de 100.000 personas infectados en este momento no es nada llamativo ni dramático: serían sólo el 2,5% de los que habrían tenido un cuadro compatible con gripe el año pasado. Asimismo, unas 30.000 personas requerirían internación por esta causa y se generarían unos dos millones de consultas si la mitad de los infectados demandaran atención. Este valor podría multiplicarse si el contagio fuera mayor. De ahí el problema de la posibilidad del colapso de los servicios de salud. Todo podría complicarse innecesariamente si la población, además, adoptara una actitud de pánico o de sobredemanda, en lugar de un comportamiento responsable. Algo que llamó la atención desde el principio es la cantidad de casos severos en personas jóvenes. Esto podría explicarse porque los que nacieron antes de 1957 podrían gozar de cierta inmunidad contra esta cepa, o estar protegidos de las formas más graves de la enfermedad. Los mayores de 65 años son los casos que habitualmente resultan más complicados. El riesgo aumenta con la edad, y el grupo de adultos mayores puede contener más del 70% de los decesos por influenza en un año. En su gran mayoría, los mayores de 75 años. En este brote 2009, la representatividad sería baja porque los mayores ya habrían estado expuestos a virus influenza A (H1N1) que desaparecieron en el momento de la pandemia de 1957. Saber cuántos enfermos hay actualmente es casi una utopía. Los datos oficiales de nuestro país y los otros que figuran en los reportes periódicos de la Organización Mundial de la Salud tienen valor en un contexto determinado. Se podría afirmar que en una situación como la actual es probable que se registren más y mejor los casos de pacientes internados y sus decesos que las consultas ambulatorias, y en mucho menor grado el total de infectados en la población general. Estos datos no deberían tomarse como absolutos, ni tampoco interpretarse como falsos. Son datos que utilizan los expertos para las estimaciones y comportamiento de los distintos tipos de virus en el mundo. Los que dijeron que se actuó por omisión o por exceso tienen algo de razón. Pero también es cierto que debemos asumir un aprendizaje, tanto los gobiernos como la comunidad médica y la población general. Los discursos y las opiniones empiezan a ser más coherentes y documentados. La responsabilidad de los ciudadanos en esta etapa es clave. Es una oportunidad de mejorar. Y, de paso, con mejores ciudadanos es mucho más probable contar con mejores programas y con mejores gobiernos.
Carlos Martínez Sagasta El autor es profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador.

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