lunes, 1 de noviembre de 2010

LLEGÓ LA HORA DE LA CONCORDIA.



Una multitud le dijo adiós a un líder político que, con aciertos y errores, condujo al país y consagró casi toda su vida a algo que siempre debería ser una actividad noble y al servicio del bien común, como la política.La inmensa mayoría de la sociedad, aun pese a las discrepancias que muchos de sus integrantes hayan podido tener con la figura de Néstor Kirchner y con la gestión del actual gobierno nacional, se sumó al duelo y vive todavía con congoja el tan difícil momento al que asisten la presidenta de la Nación y su familia. Los gestos de solidaridad con la jefa del Estado también estuvieron a la orden del día de parte de la amplia mayoría de los dirigentes de la oposición. Si bien nunca faltan expresiones irrespetuosas, ellas han sido absolutamente marginales y ni siquiera merecen ser consideradas. Del mismo modo, tampoco es conveniente juzgar desde este lugar ciertas actitudes de intolerancia hacia dirigentes políticos opositores, durante el velatorio de los restos del ex presidente, que rozaron el sectarismo. Inevitablemente, el dolor por la pérdida de un ser querido a veces genera desequilibrios emocionales capaces de provocar episodios de esa especie. Lo verdaderamente importante pasará, en los próximos días, por las primeras palabras de una primera mandataria que ha soportado con entereza el difícil trance. Si el profundo dolor de muchos ha unido en el recogimiento a todo un país, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner podría aprovechar esta oportunidad para consolidar la concordia que debería reinar en la Argentina. No es algo descabellado, aun cuando los últimos tiempos hayan estado signados por enfrentamientos estériles no exentos de violencia y de mensajes desde el poder político que, lejos de alentar el diálogo, hayan estado dirigidos a vilipendiar al que piensa diferente, acusándolo de "destituyente". Decimos que un llamado presidencial a la concordia, a deponer actitudes revanchistas y a construir consensos no debería sonar utópico, porque la propia presidenta de la Nación sorprendió a muchos, tres años atrás, el 28 de octubre de 2007, cuando a poco de alzarse con el triunfo electoral que la condujo a la Casa Rosada, convocó a iniciar una etapa "sin odios y sin rencores", con el fin de "reconstruir el tejido social e institucional". Hasta ahora, esa etapa no ha comenzado. En aquella oportunidad, Cristina Kirchner señaló: "Hemos ganado ampliamente, tal vez por la mayor diferencia desde la reanudación de la democracia. Pero ello no nos otorga privilegios, sino el lugar de mayor responsabilidad".Cuatro años y medio antes, Néstor Kirchner, durante el proceso electoral de 2003 que terminó llevándolo a la jefatura del Estado, había convocado a los argentinos a tener "un país normal". Se ha dicho con acierto en estos días que el desaparecido ex presidente les devolvió a la política y a la militancia un sentido épico. No es malo pensar en epopeyas. Todo dependerá del objetivo al que se apliquen. Es probable que los argentinos y su clase dirigente estemos hoy frente al desafío que implicaría una gran epopeya: la de poner fin a viejas y nuevas antinomias y de consolidar la unión nacional, que es algo tan diferente de la uniformidad y la tendencia al pensamiento único. La sociedad argentina reclama, como lo ha hecho en las urnas en junio del año pasado, que sus dirigentes dejen atrás luchas ajenas a las más profundas y auténticas inquietudes ciudadanas, tales como la inseguridad, el narcotráfico, la pobreza y la inflación. Al mismo tiempo, el mundo espera de la Argentina niveles de seguridad jurídica y de calidad de sus instituciones que los argentinos no hemos sabido garantizar. La llamativa alza de los activos financieros de nuestro país en los días posteriores al fallecimiento del ex presidente Kirchner nos está dando a entender que los problemas que nos inhiben de contar con un flujo de inversiones del nivel que sería deseable son de naturaleza política. Corresponde que quienes tendrán el deber de gobernar, en este particular momento histórico, adviertan que la mejor imagen que la Argentina puede darle al resto del mundo es la de un país cohesionado en torno de políticas de Estado derivadas de amplios consensos políticos y sociales, sin los cuales estaremos cada vez más condenados a la fragmentación social.

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