jueves, 16 de junio de 2011

LAS RAZONES DE CRISTINA PARA SEGUIR.

Un ex funcionario del Gobierno, que presume de ser quien más conoce a la Presidenta , repitió hasta hace un mes que ella desistiría de competir el 23 de octubre. Un amigo de ese augur, empresario que con la muerte de Néstor Kirchner perdió el afecto de la Casa Rosada, hizo el mismo pronóstico en Nueva York, hace cinco semanas. Esas versiones, que siguieron ayer, permitieron que algunos inversores ganaran alguna moneda en la Bolsa de Buenos Aires. Si Cristina Kirchner les diera la razón, estaría ignorando por completo cuestiones que la política no permite desafiar. Conviene examinarlas, no para ingresar en un ejercicio de adivinación, sino para detectar mejor las posibilidades y, sobre todo, los límites del kirchnerismo. El factor más poderoso que obliga a la señora de Kirchner a buscar otro mandato es el menos visible: ella debe corregir el fracaso protagonizado por su esposo hace dos años. El oficialismo ha tenido una habilidad admirable para, con un par de argumentos a favor, conseguir que una parte de la opinión pública olvide que el último resultado que arrojaron sus chequeos ha sido la derrota. La teoría canónica en Olivos es que ese infortunio no ocurrió. O, para ser más exactos, que fue el resultado de un malentendido maquinado por la prensa. La posibilidad de una victoria en los próximos comicios tiene como objetivo demostrar esa tesis. Esa es la razón por la cual, si ese evento se produce, será presentado como un triunfo sobre los medios. Además, la Presidenta sabe que el poder es crudelísimo. Nadie presentaría su renunciamiento como un gesto de grandeza. Sobre todo si el aparato de propaganda del Estado pasó a manos ajenas. La negativa a competir será explicada como una defección por la posibilidad de una nueva derrota. El primero en inducir a ese razonamiento sería quien herede su candidatura. Las criaturas de poder suelen ser ingratas con sus creadores. Eduardo Duhalde puede comentar algún ejemplo. ¿O existe algún político tan desprovisto de autoestima que justifique su lugar en la historia en que otro le dejó el hueco? Ni a Daniel Scioli se le puede pedir tanto. El otro motor de la reelección es que sólo la señora de Kirchner puede sintetizar a la coalición de poder que diseñó su marido, y que va desde Hebe de Bonafini hasta Gildo Insfrán, quien en materia de derechos humanos se asimila más a Julio Roca. La ocurrencia de que esa ecuación se mantendría intacta detrás de alguien como el gobernador de Buenos Aires desprecia algunas reglas del funcionamiento oficial. ¿Cómo harían, por ejemplo, los chicos de La Cámpora para explicar que su intrépida batalla cultural termina en Scioli sin que sea interpretado como un chiste? Los miembros más verticalizados del oficialismo creen ver una virtud en esa exclusividad de su jefa. Orgulloso, Gabriel Mariotto le explicó a Beatriz Sarlo que "todos los votos son de la Presidenta". Si fuera verdadera, esa afirmación estaría señalando una carencia, no una capacidad. Corroboraría que la genética caudillesca del dichoso "proyecto" limita la dimensión colectiva del poder al tamaño de un matrimonio. Hay otro rasgo que condena al kirchnerismo a buscar la reelección: que fuera del presupuesto del Estado es un pez fuera del agua. Ni sus militantes más jóvenes y combativos conciben la política como una actividad ajena al empleo público. Es difícil de imaginar que el aparato peronista se dejaría controlar por una viuda, a distancia, desde El Calafate, si esa viuda ya cedió la lapicera a otro presidente. Sólo Perón pudo controlar al movimiento desde el otro lado del Atlántico, durante 18 años, sin más poder que el de sus instrucciones. Y lo hizo con grandes dificultades. Fue su hazaña profesional. Kirchner necesitó delegar el cargo en su esposa, que es, por otra parte, la única persona a la que un peronista entrega el mando, como explicó el propio General a Carlos Pedro Blaquier cuando, en 1974, le regaló un bastón presidencial. Existe una motivación subjetiva capaz de determinar la necesidad presidencial de postularse: el duelo. Al revés de lo que circula en las especulaciones más vulgares, el trabajo es el recurso habitual al que apelan quienes se deprimen para conjurar la tristeza. Ella misma lo está demostrando. Es verdad que está más replegada en su familia y sus colaboradores domésticos. Pero sus ministros y secretarios se han acostumbrado a recibir llamados más temprano o más tarde de lo que era habitual. Los momentos más difíciles ocurren los fines de semana. Más allá de sus altibajos cardiológicos, por lo que se sabe triviales (aunque la llevan a controlar la presión a cada rato), la señora de Kirchner trabaja más que antes. Sus invitados la escuchan hablar de lo que piensa hacer en los próximos dos años. Y no da la impresión de haber perdido el gusto por la figuración, los discursos, los viajes. Es decir, el gusto por continuar en la función pública, en la que ingresó hace más de 20 años.Las evidencias. Puede suceder que Cristina Kirchner haga, respecto de su reelección, lo contrario de lo que aconseja la razón. Pero las evidencias indican otra cosa. Ella está dejando en claro a dónde se dirige. ¿Para qué candidato presidencial habilitó la colectora de Martín Sabbatella si no es para ella? ¿Por qué razón reclamó a los gobernadores el derecho a armar la lista de diputados nacionales de sus provincias, si no es porque serán los nombres que irán ligados al de ella en octubre? La Presidenta puede, y acaso debe, seguir jugueteando con la incertidumbre de los que se hicieron los rulos. Ella sospecha que, el día que se convierta en candidata, es decir, en alguien que pide el voto, será más vulnerable. Es posible que también experimente cierto goce monárquico en hacer notar que a su voluntad es la última instancia de la política. Se nota en los cabildeos por la selección del vice, que saldrá de su dedo -ahora circula también la idea de un radical: el santiagueño Gerardo Zamora-. Por el momento el único costo que Cristina Kirchner ha pagado por sus incógnitas es el de hacer imaginar, por la reacción de los mercados ante la versión de su salida, la euforia inversora que ganaría a la Argentina con un cambio de gobierno. Pero tal vez ella interprete ese rechazo como un beneficio. Con independencia de la táctica, el desfiladero de la señora de Kirchner es mucho más estrecho de lo que quiere hacer creer. Ausente su marido, ella no se ha preparado para heredarse en otro. Es una restricción que el kirchnerismo comparte con el menemismo o el duhaldismo. Ese déficit deviene de la baja vocación institucionalizante que registran los liderazgos en la Argentina, y condena al grupo a una sola candidatura, a una sola persona. Curioso límite para un ensayo progresista.

Carlos Pagni.LA NACION

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