Si algo ha caracterizado al gobierno kirchnerista es su pasión por un doble discurso que está lejos de agotarse en las archiconocidas tergiversaciones estadísticas. Uno de los últimos ejemplos de esa particular táctica para no perder poder ni votaciones parlamentarias ha sido el no desmentido pacto entre Néstor Kirchner y Carlos Menem para que el actual senador por La Rioja se ausentara en la sesión en la cual se trató el matrimonio entre personas del mismo sexo con el propósito de garantizar la aprobación del proyecto impulsado por el oficialismo. En votaciones ajustadas, la ausencia de un legislador, a veces, puede tener tanto peso como un voto. Según informó LA NACION, el líder kirchnerista, a cambio de ese gesto, le garantizó a Menem ayuda oficial para revalidar su banca de senador el año próximo, lo cual le permitiría extender hasta 2017 la inmunidad que le confieren los fueros parlamentarios. Esta historia de "extraños compañeros de cama", como la tituló recientemente la revista The Economist, tiene larga data y encierra llamativas contradicciones. Es que desde poco antes de llegar a la Casa Rosada, Néstor Kirchner comenzó a denigrar la gestión presidencial menemista y su supuesto "neoliberalismo", tildando a los años 90 de "década infame". Curiosamente, en esa época, el por entonces gobernador de Santa Cruz calificaba a Menem del mejor presidente de la historia. Estas anécdotas muestran que, en rigor, los principios ideológicos nunca serán, para Kirchner, más importantes que el poder. Si se trata de conquistarlo o mantenerlo, el pragmatismo estará a la orden del día, aun cuando huela a traición. De esta práctica tan común en nuestros días, pero tan propia del peronismo, también da cuenta la actitud de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de legitimar con su silencio las violaciones a los derechos humanos en determinados países, como la República Popular China y Cuba. La primera mandataria ha proclamado como su bandera la defensa de los derechos humanos. Así se lo hizo saber, dos años atrás, a un sorprendido presidente de Guinea Ecuatorial que visitó nuestro país, a quien le enrostró públicamente las violaciones de su gobierno. La Presidenta no mostró el mismo coraje en su reciente viaje a China, donde además trazó una curiosa similitud entre el maoísmo y el peronismo, como para quedar bien con sus anfitriones. Tampoco hubo condena alguna a las atrocidades del régimen cubano, ni siquiera ahora, con un canciller como Héctor Timerman, que, al menos hasta poco tiempo antes de llegar al Palacio San Martín, cuestionaba abiertamente la falta de libertades del régimen castrista. Más de una vez, los Kirchner criticaron las posturas "de derecha" frente a las demandas de soluciones al problema de la inseguridad. "La seguridad no se construye con un palo en la mano", expresó en alguna ocasión el ex presidente Kirchner ante las protestas de ciudadanos hartos de la delincuencia. Nunca dijeron nada, sin embargo, sobre los palos que exhibieron tantas veces activistas de organizaciones piqueteras aliadas del oficialismo, seguidores de Luis D´Elía o militantes del gremio camionero fieles a Hugo Moyano. En marzo de este año, al hablar ante la Asamblea Legislativa, la Presidenta incurrió en otro flagrante caso de doble discurso, cuando denunció que había jueces cuyas sentencias estaban "tarifadas" y que estaban tabulados los precios de las excarcelaciones o eximiciones de prisión, permitiendo que "los criminales entren por una puerta y salgan por la otra". Por supuesto, no brindó un solo elemento probatorio ni presentó demanda judicial alguna. Y, en otro ejemplo de doble mensaje, sentenció que la institucionalidad era una asignatura pendiente, al tiempo que desestimó la posibilidad de cumplir una orden judicial, colocándose por encima de la ley. En los últimos tiempos, los dardos kirchneristas apuntaron al gobierno de la ciudad de Buenos Aires y a su supuesta vocación por el espionaje ilegal. Dirigentes del oficialismo acusaron al jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, de montar "una Side paralela", pero ninguno ha sido capaz de advertir sobre las tan frecuentes como poco transparentes tareas de espionaje de la Side original. Especialmente, durante el período kirchnerista, en el cual hasta un ex jefe de Gabinete, como Alberto Fernández, admitió que las sospechas sobre pinchaduras telefónicas son habituales, y en que se ha sometido a jueces, empresarios y periodistas a presiones inadmisibles desde el aparato gubernamental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario