En una semana atravesada por la crisis, una cadena nacional confrontativa y el pedido de indagatoria al vicepresidente, la pregunta por la sucesión en 2015 cobra nueva actualidad. "Sólo el peronismo puede gobernar la Argentina", se escucha una y otra vez, al amparo de las experiencias fallidas de gobiernos de otro signo y la innegable vocación de poder de los peronistas; ¿en qué modo este fin de ciclo kirchnerista modifica o mantiene la vigencia de esa máxima?
Resuena como un mantra en vísperas de cada elección presidencial. Algunos repiten convencidos y entusiasmados, y otros, hastiados o resignados: "Sólo el peronismo puede gobernar este país".
"Régimen político de la Argentina" , al decir de Juan Carlos Torre, el peronismo ha gobernado 22 de los 30 años de recuperación democrática, configurándose como un sistema político que encarna simultáneamente oficialismo y principal oposición, generando alternativas de sí mismo en las siempre conflictivas batallas por la sucesión entre candidatos que reclaman para sí el certificado de autenticidad peronista.
Ese universo, en apariencia omnímodo y autosuficiente, convirtió al resto de las alternativas electorales en perdedoras regulares en los comicios presidenciales (con la excepción de las elecciones de 1983 y 1999) y dejó en sus votantes la sensación de lo que algunos definen amargamente como "voto testimonial". Las experiencias fallidas de gobiernos no peronistas, al menos desde 1983, parecerían dar razón al mito, junto con la innegable vocación de poder de los peronistas, maleables en sus convicciones y adhesiones, siempre dispuestos a reordenar la tropa y cerrar filas en torno al líder de la hora.
Las victorias electorales de Raúl Alfonsín, en 1983, y de Fernando de la Rúa, en 1999 -encabezando la Alianza-, condensan una paradoja: las propuestas no peronistas son capaces de reunir los votos para llegar al gobierno, pero las salidas anticipadas y traumáticas terminaron constituyéndolas en intervalos dentro de una trayectoria política y electoral predominantemente peronista. El peronismo les ha dado un buen uso a esos interregnos: reencarna amalgamado en la conducción de nuevos liderazgos.
Después de 10 años de menemismo y a la luz de este fin de ciclo kirchnerista atravesado por la crisis política y económica, ¿es posible seguir sosteniendo el mito de que sólo el peronismo puede gobernar?
Según Sergio Berensztein, director de Poliarquía Consultores y profesor de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), deberíamos ir más allá y preguntarnos no sólo si el peronismo tiene capacidad de gobernar, sino cómo se gobierna en la Argentina y, por lo tanto, cuál es la calidad de las políticas, las decisiones y las instituciones. En ese sentido, el desarrollo político, económico y social del país es muy decepcionante. "Se gobierna muy mal en la Argentina, a nivel nacional, provincial y local. Y gobiernan mal todos los partidos, no sólo el peronismo", sostiene Berensztein, y enumera los rasgos de un mal gobierno que atraviesa transversalmente a todas las fuerzas políticas. "Hay una enorme discrecionalidad y falta de transparencia, escándalos permanentes de corrupción, clientelismo, nepotismo, manipulación de la información pública, cooptación de agencias públicas para fines político-partidarios o negocios personales. No hay planificación, implementación ni evaluación de los principales programas de política pública de acuerdo con los estándares internacionales. Más aún, no hay una carrera formal de administradores públicos, sino que el empleo público es utilizado como una forma de financiar la política creando una militancia profesional que financian los contribuyentes."
Por eso, Berensztein no se circunscribe a las experiencias traumáticas de los gobiernos no peronistas después del 83 y recuerda las crisis de gobernabilidad protagonizadas por el propio peronismo. "Rodríguez Saá y Duhalde no finalizaron sus períodos. Y varias crisis en las provincias tuvieron al peronismo como protagonista, por ejemplo, Santiago del Estero, que es el mejor ejemplo de que no es el peronismo el problema, sino una concepción anacrónica y antidemocrática del poder lo que explica el fracaso argentino", agrega. Quizás uno de los debates que habría que dar es qué se entiende por "gobernar", ya que en la Argentina "se asimila gobernar a mantenerse en el gobierno hasta terminar el mandato". Esto es lo que cree la politóloga María Matilde Ollier, quien destaca que los tres presidentes peronistas elegidos han terminado sus mandatos, sorteando los problemas generados por la conflictividad social que los dos presidentes radicales no lograron manejar. "En cambio -destaca-, si gobernar es la capacidad de resolver problemas de inseguridad, inflación, calidad de la educación y de la salud pública, reducción de la pobreza, calidad gubernativa (transparencia, austeridad en el gasto público, producción de bienestar para los más humildes), entonces hay que evaluar si el peronismo los ha resuelto o al menos los ha disminuido. Un balance importante para hacer, pues con excepción de dos años, el peronismo gobierna desde 1989."
Por eso, si se trata de pensar en cómo se hace política en la Argentina, Ollier coincide con Berensztein en cuanto a cómo se gobierna y la calidad de la política. Destaca que las elites en la Argentina no han logrado consensuar en torno a una serie de ejes dentro de los cuales todos cooperen, sin importar quién gobierne, para que fuera de esos ejes se dispute o se acuerde según los temas. "En la Argentina, todavía se discute desde el posicionamiento del país en el mundo hasta el tipo de Estado. En cuanto a la ciudadanía, que es quien decide premios y castigos, la veo con gran habilidad para protestar en las calles, pero con baja capacidad de organización para hacer rendir cuenta a los gobernantes."
Derrumbes cíclicos
Para algunos, el mito de que sólo el peronismo puede gobernar se mantiene vivo pese a sus contradicciones y desmentidas históricas, y tanto Carlos Menem como Néstor Kirchner, a su manera, lo reavivaron. Es la investigadora del Conicet Liliana de Riz quien lo afirma, al tiempo que explica que ésas son claves de la Argentina peronista cuya lenta agonía describió Halperin Donghi. "Esa Argentina peronista que resiste, reitera el leitmotiv de que sólo el peronismo puede gobernar porque el gobierno es la audacia y el cálculo, el salvador y las riquezas que llegan a todos y, cuando los malos gobiernos peronistas llevan al derrumbe, retornan en una nueva encarnadura. La flexibilidad del peronismo es la más clara expresión del oportunismo. No hay metas que negociar, no hay principios que no vengan bien si sirven para consolidar poder". Según la socióloga, mientras Perón supo dar respuesta al problema de qué hacer con los trabajadores, los que reencarnaron en distintas variantes no supieron hacerlo, a la luz de los indicadores sociales que hoy exhibe la Argentina. "La sociedad peronista sigue agonizando, pero de muerte muy lenta, más pobre, más desigual, más heterogénea, más aislada del mundo. Y la pobreza y la desigualdad social son su rasgo distintivo: hay más clientes que ciudadanos", concluye.
Aunque Loris Zanatta -historiador italiano de la Universidad de Bolonia y autor de diversos libros sobre la Argentina y el peronismo- concuerda con aquellos que sostienen que el problema es más sistémico que vinculado a personas o partidos específicos y a su capacidad de gobernar, coincide con de Riz cuando afirma que el mito de que sólo el peronismo puede gobernar se mantiene. Desde su punto de vista, se relaciona con un síndrome del unanimismo muy radicado en la cultura política argentina, que inhibe la plena aceptación del pluralismo. "El peronismo nunca se ha pensado a sí mismo como un partido, sino como la nación misma, la fuente exclusiva de la legitimidad y de la identidad. Y la mayoría de los argentinos sigue viéndolo así. Sobre la base de esa visión, se puede ser peronista de un tipo u otro, pero nunca se deja de serlo." Para Zanatta, y a la luz de los hechos, el peronismo sigue siendo capaz de ganar elecciones, pero no muestra capacidad de gobernar con eficacia. A tal punto que la Argentina, como la mayoría de los países del "sur del mundo", no ha aprovechado los enormes beneficios de la globalización que tuvo durante la última década. "Creo que ha aprovechado la coyuntura para gastar y mucho menos para edificar el futuro. Pasó lo mismo con el peronismo clásico. Ahora que las cigarras han derrochado, como decía Perón, les tocará a las hormigas reequilibrar el barco que amenaza hundirse. Como en el pasado, serán hormigas peronistas; o, en el caso de hundirse el barco, el peronismo dejará a los sucesores un barco hundido, ingobernable", agrega.
Cuestión de timing
Definir qué es el peronismo es uno de los temas que ha desvelado a sociólogos y politólogos desde la década del 50, y para Alejandro Katz todavía hoy no es claro qué es el peronismo y tampoco es evidente que quienes han gobernado en su nombre hayan sabido hacerlo. "Si el pavoroso estado general del país es resultado principalmente de la acción del Gobierno, debemos concluir que tiene menos capacidad de gobernar quien más tiempo lo ha hecho. Y ésos son aquellos que se dicen peronistas", afirma el ensayista y editor. Que "los otros" no sepan gobernar, agrega, "nos dice algo de los otros, pero no necesariamente nos dice que el peronismo sí sabe hacerlo". Puesto a comparar el fin de ciclo menemista y el actual, con gobiernos de 10 años, Katz advierte similitudes y diferencias. "El menemismo fue muy hábil para administrar el timing de la sucesión: entregó una bomba activada que el gobierno de la Alianza recibió casi con entusiasmo. No es evidente que el kirchnerismo consiga evitar que la bomba le estalle entre las manos, aun si es obvio que hoy se trata de su principal preocupación." Si ésa es una posible diferencia, la gran semejanza, agrega Katz, "es que ambos gobiernos hicieron vivir a buena parte de la sociedad, para utilizar la expresión de Gerchunoff y Llach, el ciclo que va de la ilusión al desencanto. Ambos gobiernos dejan, al concluir, tristeza y desolación".
Hoy, cuando pasaron treinta años de la recuperación democrática y la Argentina comienza a recorrer el camino que llevará a las elecciones presidenciales de 2015 en medio de una crisis de envergadura -otra más- que refleja el agotamiento de un modelo y combina, entre otras cuestiones, inflación, devaluación y crisis de confianza, el damero político siempre cambiante comienza a mostrar sus quiebres y realineamientos. El kirchnerismo intentará llevar el barco a buen puerto y mostrarse una vez más como la alternativa viable y deseable, al tiempo que define su sucesión. El amplio y heterogéneo universo de la oposición -que además del radicalismo, el socialismo y la centroizquierda incluye también al peronismo no kirchnerista- ya ha hecho pública su batalla preelectoral a través de los que hoy se perfilan como precandidatos: recordarle a la ciudadanía las consecuencias negativas de 10 años de menemismo y 10 años de kirchnerismo, intentar construirse como una opción seria y confiable de cara al futuro (y no un mero vehículo electoralista) y conjurar el fantasma del "desgobierno" que, en algunos casos, los persigue a sol y sombra..
Por Astrid Pikielny
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