viernes, 9 de julio de 2010

LOS CALLEJONES SIN SALIDA DEL CONGRESO.

La política suele jactarse de ser esa fascinante mezcla de ciencia, arte y acción que nunca responde a las leyes de la lógica o a axiomas matemáticos. Pero la actividad del Congreso en los últimos seis meses refleja que uno de esos principios está en pie. Ese que reza que el orden de los factores no altera el producto. Las últimas elecciones legislativas equipararon la relación de fuerzas. La oposición ganó bancas y el oficialismo perdió hegemonía. Unos y otros midieron al adversario, probaron, cambiaron y descartaron estrategias. El Parlamento pasó de la parálisis de los primeros meses del año a una actividad, empujada por la oposición, casi frenética. Pero un dato sobresale contundente, insoslayable: desde el 10 de diciembre de 2009 se sancionaron 54 leyes. Ninguna de ellas regula cuestiones que modifiquen la vida cotidiana de un número considerable de ciudadanos de a pie. La falta de definiciones de impacto directo en la sociedad podría dar un giro la semana próxima, cuando el Senado sea escenario del debate por el matrimonio y la unión civil entre homosexuales. El "nuevo Congreso" ilusionó a los que quisieron ver en los cambios en su composición un límite a los anchos dominios kirchneristas. A tal punto operó en algunos ese deseo, que las diferencias que siempre separaron a los integrantes del ecléctico colectivo denominado "oposición" parecieron borrarse hasta desaparecer. El tiempo demostró que, no sólo seguían firmes, sino que quedaron en evidencia y empantanaron discusiones en más de una ocasión. En las últimas semanas, el conglomerado no kirchnerista avanzó con una batería de proyectos que, decididamente, incomodan al Gobierno: dio media sanción al fin de los superpoderes y a la reforma del Consejo de la Magistratura, logró dictamen para varios proyectos que prevén reconocer el 82 por ciento móvil para las jubilaciones y para normalizar el Indec. Además, prevé recuperar para el Parlamento la facultad de fijar retenciones al agro. La acumulación alienta ánimos triunfalistas, pero un análisis atento deja los límites de la avanzada al descubierto, la endeblez de sus costuras a la vista. El entierro de los superpoderes y los cambios en la Magistratura integran un primer grupo de iniciativas que, tras la victoria opositora en la Cámara de Diputados, difícilmente pasen el muro de la mayoría oficialista en el Senado. Paradójicamente, esa pared le dio esta semana un cachetazo al oficialismo con el revés al matrimonio homosexual, una bandera asumida por los Kirchner como propia, durante el debate en comisión. La presión sobre las jubilaciones forma parte de otra vertiente de la estrategia opositora: obligar al Gobierno a discutir temas que no están en su agenda, incomodarlo, forzarlo a amenazar con vetos, incluso a quedar parado en la vereda del rechazo frente a medidas de corte popular y progresista como es un aumento en los haberes de la clase pasiva. Lejos del debate fructífero, la discusión por el 82 por ciento móvil, que debería incluir un replanteo exhaustivo y profundo del sistema previsional y su adecuación a los tiempos que corren, se escurre entre el malestar del Gobierno por la falta de precisiones financieras de la oposición y el enojo de los bloques no kirchneristas por el uso discrecional de los fondos de la Anses. Lejos, demasiado lejos, quedan también las urgencias de los jubilados que cobran la mínima de $895 y el resto que, mes a mes, ve escurrirse su poder adquisitivo entre los dedos de la inflación. El fin del destructivo reinado de Guillermo Moreno en el Indec aparece como un desafío vestido de oportunidad para la oposición. La parada difícil será la primera, porque el duelo arrancará en el Senado. Los bloques enfrentados con la Casa Rosada deberán demostrar capacidad para negociar apoyos por fuera de la férrea presión oficial y con los números en contra. Sólo así, la proclamada necesidad de reconstruir (más que normalizar) el instituto de estadísticas tendrá chances de ver la luz en Diputados. La estrategia del kirchnerismo en el Congreso estuvo siempre clara y no ha cambiado: reducir la actividad parlamentaria al mínimo y recurrir sin sonrojarse a todas las herramientas que sirvan para empantanar los debates que fogonea la oposición. En esa tarea de mover para que nada se mueva, girar los proyectos a cantidades innecesarias de comisiones, demorar la convocatoria de esos cuerpos para que los proyectos pasen semanas sin dictamen y no dar quórum son las recetas más usadas. Así, también del lado del oficialismo, las posibilidades de que del Congreso salgan decisiones que impacten de lleno en la sociedad, en la vida cotidiana de los ciudadanos, se esfuman. El juego de mayorías, el orden de los factores, no altera el producto. La semana próxima esta historia de debate estéril que lleva meses podría escribir un capítulo distinto. Sin embargo, el avance de la disputa política por sobre la discusión de fondo respecto de los derechos de una minoría, amenaza con hacerlo naufragar. Podrían seguir primando las estrategias y el cálculo político. Tanto como la sensación de que, pese a que aumenta la discusión (y eso siempre es bueno), nada cambia: el statu quo se mueve a sus anchas.
Por Lucrecia Bullrich.LA NACION

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