Al anunciar su candidatura presidencial, ayer, en este diario, Ernesto Sanz agregó algunas incógnitas cruciales al paisaje político. La más evidente es él mismo: Sanz. Si bien fue intendente de San Rafael, ocupa una banca en el Senado desde hace siete años, condujo el bloque radical en esa Cámara, integró el Consejo de la Magistratura y desempeña la presidencia del radicalismo desde hace un año, este abogado mendocino de 54 años sigue siendo poco conocido para sectores muy extendidos de la población. Sanz tiene una llamativa atracción entre quienes lo identifican o lo tratan, pero ese círculo es aún muy estrecho. De los tres aspirantes a la candidatura presidencial de la UCR, es el único que deberá construirse a sí mismo. Todavía no le ha llegado el instante digno de ser arrebatado. Para Julio Cobos, ese momento mágico fue el del empate de los senadores ante la resolución 125. Para Ricardo Alfonsín, la dolida apoteosis de su padre. Si los hados no dicen lo contrario, Sanz requerirá, en cambio, de una ingeniería. La operación va a ser reveladora del estado actual de la política. Para un público que manifiesta signos de saturación frente a las ofertas electorales conocidas, lo novedoso acaso posea un atractivo insospechado. Si el partido que lo propone carga, además, con un pasado reciente muy controvertido, esa posibilidad podría reforzarse. Sanz cuenta con un récord interesante: es el único postulante a la presidencia cuyo nombre carece de resonancias sobre experiencias políticas anteriores. ¿Es un activo o un pasivo? Es lo que no se sabe todavía. Otra peculiaridad de Sanz, sobre todo si se lo observa a la luz de la interna radical, es que deberá montar su candidatura sobre su propio eje. Es decir, sobre su propio discurso, sobre su propia propuesta. Julio Cobos obtuvo gran parte de su identidad de Néstor Kirchner. El voto no positivo y los malos tratos que la Casa Rosada le dedicó después de ese voto lo colocaron durante meses en la cumbre de las encuestas. La muerte de Kirchner fue una pérdida para Cobos. También la personalidad de Ricardo Alfonsín se define a partir de otro. En este caso, de Raúl Alfonsín. Al morir, el ex presidente le devolvió a su apellido una densidad sorpresiva, que Ricardo aprovechó con habilidad, sin perder el decoro. Ese vínculo filial se volvió más ventajoso para enfrentar a Cobos, que regresaba a casa como el hijo pródigo. ¿Qué mejor que un dirigente que se llama Alfonsín, habla como Alfonsín y se viste como Alfonsín, para derrotar en una interna a alguien acusado de apostasía? Las pretensiones de Sanz vienen a modificar esa dinámica. A diferencia de Cobos, es difícil que los radicales puedan reprocharle defecciones. A diferencia de Alfonsín, es más fácil que se le acerquen votantes recelosos del radicalismo y su foja de servicios. Habrá que ver si Sanz consigue, en estos meses, encarnar la cuadratura del círculo. Es decir, convencer a suficientes seguidores de Alfonsín de que él también garantiza la pureza de sangre, algo que los herederos de Alem valoran más que el poder. Y asegurar a los simpatizantes de Cobos que él también es capaz de tender un puente con el electorado independiente. Si lo logra, habrá demostrado que está en mejores condiciones que Cobos para ganar la interna y en mejores condiciones que Alfonsín para imponerse en la general. Es posible que el más debilitado con el desembarco de Sanz sea Cobos. Algunos de los dirigentes que, escépticos del encanto de Alfonsín ante los extrapartidarios, se resignaban a esperar su demorado lanzamiento, tienen ahora una opción competitiva más a mano. Alfonsín, por su lado, deberá dar mayor espesor conceptual a su candidatura. La reminiscencia de su padre, tan eficaz frente a Cobos, tal vez sea menos aconsejable frente a un radical novedoso, pero autóctono, como Sanz. Alfonsín querrá llevar a su contrincante al terreno de la interna, que es su fortaleza. Tal vez quiera aprovechar que Sanz es más conocido en la dirigencia que en el llano para caracterizarlo como "el candidato que el establishment le quiere imponer al partido" (hay muchos radicales que, hartos de ser desalojados del poder por el "establishment", están encantados de que así sea; cinismo puro). Esta disputa por la demarcación del campo de juego tiene, como es lógico, proyecciones discursivas. Basta leer las declaraciones de Sanz. Otra vez demostró tener talento como comunicador, sobre todo por su contundencia. Por ejemplo, propuso crear una "Conadep de la corrupción" y se presentó como una especie de anti-Moyano. Es posible que Cobos y Alfonsín, pensando lo mismo, no consigan formularlo con la misma convicción. En cambio, en la discusión sobre la política económica, Sanz trató de no apartarse del consenso tradicional de su partido. Defendió un Banco Central "desarrollista", admitió que Aerolíneas Argentinas debe seguir siendo estatal, adhirió a la liquidación de las AFJP y hasta suscribió el programa Fútbol para Todos. Por un momento parecería que Alfonsín, padre e hijo, lo estuvieran controlando. Estas definiciones son un guiño bastante obvio al radicalismo clásico. También sirven de valencia para un acuerdo con el Socialismo y con el GEN -Sanz tiene un vínculo especial con Rubén Giustiniani y Margarita Stolbizer-. Sin embargo, las manifestaciones del nuevo candidato inauguran interrogantes de mayor alcance y profundidad. Uno de ellos es el de la frontera entre la UCR y la alianza entre Pro y el peronismo federal. El acertijo es cuál será el área de maniobras que los radicales les dejarán a posturas más libre-empresistas, como las de Mauricio Macri. Tal vez Sanz crea que, dado el despliegue territorial de su partido, ese voto le llegará solo, a pesar de su declarado intervencionismo. De esta pregunta deriva otra, más definitoria para el largo plazo: en qué grado el radicalismo está dispuesto a ofrecer una alternativa al Gobierno que exceda el plano de los modales institucionales y aborde también la organización de la economía. Para ponerlo en otros términos: la vocación de la UCR para discutir una visión de la economía cuya genealogía se remonta al Estado de bienestar fundado en los años 40 sigue estando en discusión.
Carlos Pagni.LA NACION
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