sábado, 29 de octubre de 2011

EDUARDO FIDANZA: "VEO UN GOBIERNO NARCISISTA, ENAMORADO DE SU PROPIA POTENCIA".

 Sociólogo y director de Poliarquía, la encuestadora que mejor anticipó los resultados en las elecciones de los últimos años, Fidanza avizora un posible escenario de partido único en el país y señala que, en su segundo gobierno, Cristina Kirchner enfrentará dos dilemas centrales: la crisis y su propia sucesión
 
Las encuestadoras se quedarían sin trabajo si sólo se dedicaran a tratar de anticipar quién será elegido presidente de la Nación en las elecciones de hoy. No hace falta ser Horangel para predecir quién logrará más votos, pero sí Mandrake para contestar el único interrogante que queda en pie: ¿qué tipo de gobierno surgirá tras el veredicto de las urnas? ¿Uno distinto, en sintonía con lo que insinuó Cristina Kirchner en su cierre de campaña, cuando destacó que las cosas que le habían pasado la obligaban "a abrirse más, a tender la mano, a superar las diferencias debatiendo"? ¿O, por el contrario, uno que, potenciado por una arrasadora ola de votos, se encaminará hacia una radicalización del "modelo" y a tentarse con la reelección indefinida?  Hay respuestas que ni siquiera las tiene, por ejemplo, alguien acostumbrado a acertar pronósticos como Eduardo Fidanza. Y eso que este sociólogo de 59 años es director de Poliarquía, la consultora que desde hace años logra que sus encuestas se acerquen más que ninguna otra a los números reales del escrutinio. ¿Se acerca también al diagnóstico más certero de lo que representa hoy el kirchnerismo? "Veo una especie de gobierno narcisista, seducido y enamorado de su propia potencia, y que, implícita o explícitamente, establece un contrato de perpetua potencia, con una frase definitoria que es el «nunca menos»", dice en diálogo con Enfoques.  Aunque también mira hacia adelante y advierte sobre lo que nadie se anima siquiera a insinuar: "Lo primero que se puede esperar es que la economía argentina no crezca al mismo ritmo que viene creciendo, que no batamos récords de empleo, que no se puedan sostener los mismos niveles de consumo y que haya dificultades con el valor del salario por la inflación. Entonces, desde ese clima de consumación, de celebración, ¿cómo se enfrentan esos problemas? ¿Cómo se transforma ese discurso de la pura potencia en un discurso del atravesamiento de las dificultades?".
Casado, con dos hijos, Fidanza es profesor titular de Teoría Sociológica en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA (aunque él prefiere decir que enseña "la sociología de Max Weber) y un flamante vecino de Olivos que dejó el asfalto por el verde de la zona norte y que muestra como si fuera un chiche nuevo su estudio, recién pintado de blanco y plagado de libros y de las imágenes que obtiene como fotógrafo aficionado. Alguien cuyo currículum oficial reconoce que "ha sido consultor de varios de los principales líderes políticos argentinos" y que "fue asesor del gobierno nacional y del gobierno de la ciudad de Buenos Aires". Actualmente, este hombre de mirada achinada, extrema cordialidad y hablar pausado, asesora al cura Francisco Nazar en su cruzada para tratar de desplazar del poder en Formosa al gobernador peronista Gildo Insfrán.

-Con un resultado del que ya nadie duda, ¿cuál es la principal novedad que aportan estas elecciones presidenciales?
-Hay dos novedades. La primera es que tuvieron un antecedente inédito: las elecciones primarias, abiertas y obligatorias. La segunda es que el resultado de las primarias fue tan contundente que condicionó el comicio presidencial, quitándole toda expectativa en relación a quién será el próximo presidente. En anteriores elecciones, por ejemplo, en 1995 y en 2007, se llegó a la votación con una noción relativamente clara de quién sería el ganador. Pero esta vez tuvimos un adelanto muy concreto, con un resultado inequívoco, que desinfló las expectativas. El 95% de los votantes afirma saber cuál será el ganador y alrededor del 75% se muestra desinteresado. Por eso ésta fue una campaña atípica, en donde los propios candidatos de la oposición asumieron, de entrada, que no podían ganar. Luego, se ha hecho campaña más por los legisladores que por el cargo de presidente. Y la expectativa, al menos entre las fuerzas que compiten, está centrada en la magnitud del corte de boleta que pueda registrarse.

-La Presidenta parece haber moderado su discurso, ¿pero es parte de la campaña electoral o de una convicción más profunda? Suena difícil pensar que si el triunfo de hoy es arrollador no vayamos a un proceso de radicalización del Gobierno...


-Veo una especie de gobierno narcisista, seducido y enamorado de su propia potencia, que además, implícita o explícitamente, establece un contrato de perpetua potencia y cuya frase definitoria es el "nunca menos". Que, en otro sentido, quiere decir "siempre la más alta prestación que aparentemente nunca va a declinar". Si uno revisa los discursos de Cristina no va a encontrar un lugar para alojar la propia debilidad. El error siempre está del lado de los otros. Cristina a veces menciona que han cometido errores...

-Pero no profundiza en esa línea.

-No profundiza y nunca los explicita. Entonces, la debilidad, la falta de inteligencia, la mala voluntad, todos los defectos están puestos afuera. ¿Qué hay adentro? Hay logros, hay récords, hay potencia, y hay algo más todavía que Cristina acaba de decir: 200 años de historia. La impresión es que tiene los 200 años en el bolsillo. Y habla de un momento en el que se pretende estar mejor y haber alcanzado más conquistas que en los 200 años anteriores. Esto conforma un discurso no totalitario, pero sí totalizante, que significa cierta anulación del interlocutor. Un discurso que formula las preguntas y ofrece las respuestas.
-El lugar común dentro del relato oficial es que hay un regreso a la política. Quizá sea cierto en términos generales, pero respecto de las figuras de Néstor Kirchner y de su esposa no lo parece tanto: él surgía como alguien mayor capacidad política, más cintura y más diálogo hasta con los impresentables.

-Usted plantea un tema que es interesante: dónde y en qué momento hay más política.

Es cierto que este gobierno pretende tener entre sus atributos la vuelta a la política. En un sentido se puede aceptar, sobre todo por la forma en que se han planteado varias polémicas, muchas veces disparadas por el Gobierno. Hay incluso una cierta repolitización en la vida cotidiana, que incluye discusiones no demasiado gratas entre amigos que se distancian, familias que debaten... Néstor era una figura política en el sentido de cómo se hace la política tradicional, de no hacerle asco a nada, de poder asumir la escena luminosa de la política y también la escena oscura de sentarse a rosquear, a estar al lado del Papa y con el último puntero. En ese sentido, Néstor se inscribe en la tradición de los grandes líderes políticos argentinos, como Yrigoyen, Perón, Menem, Alfonsín. Con Cristina, paradójicamente, hay una despolitización porque, más allá de la épica política y del método de transacción política, pasamos a una especie de intento totalizante de, por un lado, subsanar las contradicciones, pero, por otro lado, de un liderazgo extremadamente solitario, casi sin consultas o de consultas a muy pocos. Ella, a diferencia del ex presidente, incorpora este aliento o esta pretensión totalizadora, filosófica, como si en lugar de estar alcanzando con dificultad una meta, en lugar de estar haciendo ese camino del infierno al purgatorio con dificultades, estuviera entrando en una especie de celebración.

-¿Hay motivos para preocuparse en los próximos meses más que para celebrar?

-Lo primero que se puede esperar es que la economía argentina no crezca al mismo ritmo que viene creciendo, que no batamos récords de empleo, que no se puedan sostener los mismos niveles de consumo y que haya dificultades con el valor del salario por la inflación. Entonces, uno puede decir, con cierta certidumbre, que puede haber dificultades. Pero desde ese clima de consumación, de celebración, ¿cómo se enfrentan esos problemas? ¿Cómo se transforma ese discurso de la pura potencia en un discurso del atravesamiento de las dificultades? En el discurso de Cristina no veo ninguna previsión, nada que nos prepare para una eventual crisis. Tal vez la crisis no sea tan grave, pero quizá haya una dificultad en la lectura que se hace de la crisis y ahí sí temo que pueda reaparecer el antagonismo.

-¿Por qué?

-Porque si yo no encuentro ningún error en mi procedimiento para encarar las cosas y tengo dificultades, entonces tal vez concluya que las dificultades provengan de otros. Por otro lado, también hay que preguntarse cómo va a encarar la Presidenta la cuestión de la sucesión. Ella no puede, en principio, ser reelegida. Si las cosas fueran a suceder como suceden en las segundas presidencias, sufrirá un progresivo debilitamiento. La sucesión se abre y, ante todo, tiene que ver con el peronismo. Hoy no se advierte que el sucesor de ella pueda estar fuera del peronismo.

-Si logra tantos votos como se prevén, lo más probable es que el kirchnerismo termine impulsando una reforma constitucional para que Cristina siga en el cargo.

-Hay que ver si eso puede suceder. Lo importante es que lo plantee. Que todo el mundo hable de la reforma es una forma de hablar de la posibilidad de que Cristina se quede. Ella va a tener margen, va a tener tiempo. Pero el peronismo tiene sus mecanismos sucesorios y hay una nueva generación de políticos. Con estas elecciones hay una buena parte de una generación de políticos que concluye, de alrededor de 60 años y con una visión de la política que también concluye.

-Duhalde, Rodríguez Saá...

-Y Alfonsín, Carrió? lo que yo llamo el republicanismo, las fuerzas que se reivindican como progresistas no peronistas, donde existe una crisis que simboliza el cierre de un ciclo. Cristina va a prevalecer, pero quedará como sobreviviente de una generación de políticos con una concepción determinada de lo que es la historia argentina, de lo que es la forma de hacer política. Ella va a enfrentar esa situación y el dilema de si se puede suceder a sí misma. Si no se puede suceder a sí misma, progresivamente irá perdiendo poder.

-¿Esa crisis del republicanismo es también la crisis de estos valores en la sociedad?

- Sí. Segmentadamente ha habido una repolitización de la sociedad, pero a medida que uno va viendo en las encuestas las preocupaciones de la gente, los temas institucionales ocupan un lugar secundario. En esta década volvemos a ver el fenómeno de los años noventa: cuando florece la economía, el país crece y la gente se vuelca al consumo, declina la sensibilidad por los temas institucionales. Y esto es lo que que estamos volviendo a ver. Ahora, en forma simultánea, hay una crisis y un proceso de disolución de los representantes de esas ideas. Aunque el socialismo obtenga el segundo lugar no habrá un reencantamiento por todas estas cuestiones. Además, es muy poco fructífero hablar de una polarización entre el populismo y el republicanismo.

-¿En qué sentido?

-Hay que leer y analizar lo que se llaman los nuevos populismos y hay que ampliar el campo de visión desde el punto de vista de lo que podemos llamar las ideas republicanas. Quien dice hoy que defiende las ideas republicanas o cierta cultura democrática que tiene que ver con la división de poderes, con el control de los actos del Estado, con la alternancia, sostiene conceptos con los cuales no se puede estar en desacuerdo, pero hay una estrechez para comprender a la sociedad. A veces, se habla de la República desde ciertos lugares donde se está hablando de una abstracción, pero si uno sale a la calle y camina? Hoy, en sociología urbana se habla de interlegalidades. No es tan sencillo organizar la sociedad con la Constitución en la mano. Y en este punto, los llamados nuevos populismos a veces son mejores intérpretes de la cultura tal como es. ¡Ojo con decir que populismo es igual a falta de respeto a las instituciones! Sí y no. Es decir, claramente cuando se adulteran las estadísticas públicas, cuando se defiende a un funcionario que agredió a un miembro de otro partido político, cuando se manejan discrecionalmente los fondos, etc., por supuesto que se vulnera la calidad institucional. Pero también cabe la posibilidad de que se estén interpretando fenómenos culturales que a un republicanismo abstracto se le pasan por alto. Corresponde replantear, desde esa tradición democrático-republicana, las formas de analizar, de ver, de interpretar. Si no, vamos a querer organizar la sociedad con el texto de la Constitución y es insuficiente. No porque la Constitución no sea buena, sino porque las sociedades siempre son más complejas que los códigos.

-Es difícil imaginar aquí movilizaciones contra la corrupción como en Brasil.

-Claro, pero forma parte de la fatalidad política argentina. ¿Qué estamos viendo después de la crisis 2001-2002? Vemos el estallido de un sistema de un partido que ya era débil, la preeminencia del peronismo que no se corresponde con lo que es una organización al modo de los partidos en Occidente y estamos yendo, cada vez más, a una escena política enormemente desequilibrada.Cuando digo que hay un fracaso en el republicanismo, una expresión de eso es el hecho de que no se ha podido vincular la calidad institucional con la calidad de vida. Si se pudiera mostrar cómo la corrupción afecta directamente la calidad de vida, tal vez eso podría llevar a movilizaciones? Pero no se ha logrado.

-Me hace acordar al ocaso de Carrió.

-Claro, cuanto más ha planteado el tema de la corrupción, menos votos ha obtenido. Uno puede decir que esto es el desinterés de los argentinos por la corrupción, pero también que éste es un error en la manera en que se planteó el tema. No creo que el pueblo tenga que ser absuelto, pero tampoco juzgar que si hay consumo no existe preocupación por las instituciones. Parece que fuera así, aunque, en realidad, lo que estamos viendo es el fracaso de los representantes de determinadas ideas y de determinadas concepciones. Falta liderazgo del lado de la cultura republicana.

-Y lo que falta obviamente es liderazgo en la oposición, en general...

-Allí está la contracara de la potencia de Cristina: la tragedia de la oposición para llegar al lugar en el que está. Cuando uno ve las seis, siete candidaturas de la oposición, de las cuales suponemos que ninguna va a alcanzar el 20%, uno ve que hay muchos políticos que han aspirado a ser presidentes sin la precaución de preguntarse si podrían serlo. Y sus partidos han fallado como reguladores de sus propias apetencias.

-Aun así, no me queda claro si usted es un optimista o un pesimista a la hora de analizar el futuro político argentino.

-No soy optimista en relación a una democracia con semejantes niveles de desequilibrio. Podemos discutir las insuficiencias de la democracia en su dimensión republicana en la Argentina, pero ahora entramos en otro tema que es el del desequilibrio electoral. El acto electoral es un elemento fundante de la democracia y se supone que es una competencia entre contendientes con determinado nivel de competitividad y de equilibrio. Esto se está perdiendo. Entonces viene el escenario del partido único. Ya estamos en el partido dominante. Y una democracia de partido único no me produce optimismo. Es un retroceso.

No hace falta que responda ninguna encuesta: se nota que Eduardo Fidanza es un hombre feliz. Se acaba de mudar (a sólo ocho cuadras de la quinta de Olivos), tiene una familia de la que se siente orgulloso y brinda muchas pistas de que, a dos meses de cumplir 60 años, está virtualmente empezando una nueva vida. Con menos ganas de viajar al centro y de quedarse en su luminoso estudio a leer y a escribir. Lo interesante de este sociólogo es que suma a sus conocimientos y a su experiencia lo que le aporta el trabajo en Poliarquía: la opinión de la gente, tal como surge de las encuestas. Durante la entrevista me llamó la atención esa honestidad intelectual por la cual no esquivó algunos elogios al kirchnerismo, aunque se note a la distancia que no comulga con el ideario oficial. Lúcido, profundo, nada soberbio, Fidanza nunca quiere hablar de sus colegas, por más que muchos encuestadores hayan demostrado que parecen trabajar sólo para conformar a quienes les pagan. "En esta profesión hay que tener clientes, no amos", suele decir. Y ésa es la mejor sensación que deja una charla con él: que su pensamiento no tiene ataduras, que va a contramano de los que sólo sondean su propia cuenta bancaria..

Por Ricardo Carpena  | LA NACION

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