Un solo y contundente dato: Mendoza tiene la misma cantidad de hectáreas de Torrontés que Salta y La Rioja juntas. Y si hasta ayer nomás en el imaginario de los consumidores, las provincias del NOA formaban el corazón puro del varietal más argentino, el escenario parece empezar a cambiar y las provincias cuyanas y patagónicas ahora juegan sus propias fichas en la materia. Sin ir más lejos, en los últimos años nuevos Torrontés llegaron a la góndola y se animaron, primero tímidamente, a poner en las etiquetas su novedosa procedencia: “Origen Mendoza” se podía leer en marcas como Cinco Sentidos, Norton y Santa Julia, mientras que otros productos exitosos ganaban también la escena, como Deseado, el espumante a base de torrontés de Neuquén y Río Negro que elabora Familia Schroeder. Y eso cuando hace tan sólo un década las principales casas mendocinas iban a Salta a buscar sus vinos. Tal y como hicieron Alta Vista o Luigi Bosca, por mencionar sólo dos de importancia. ¿Qué pasó para que las bodegas cambiaran de idea? La marcha exportadora del vino argentino y la necesidad de diferenciarse de los mercados extranjeros sacudieron buena parte del entramado doméstico al relanzar al Torrontés como un vino típicamente argentino. Por un lado, se creó una oferta para el varietal, con nuevos productos de alta y media gama; mientras que, por otro, la demanda respondía y los precios de las escasas producciones del NOA aumentaban. Un ciclo virtuoso, que volvió tentadora la reconversión de las muchas hectáreas de Torrontés que había en el acervo histórico de cada provincia. En el caso mendocino, como en el NOA hasta hace veinte años, el Torrontés estaba destinado principalmente al mercado de vinos blancos comunes, con vastas plantaciones en distritos poco glamoroso como Lavalle, Rivadavia, San Martín o Santa Rosa. En cualquier caso, formaba un gran volumen de uva -3200 hectáreas- con posibilidades de aggiornarse, tal y como había pasado en Salta y La Rioja. Y eso es lo que sucedió, en definitiva, cuando marcas como Norton o San Julia abrieron el camino a mediados de la década pasada. Pronto otras se subieron al tren. Como Dante Robino, un caso ejemplar: en 2010 elaboraron 20 mil botellas de un Torrontés con uvas de cada una de las subregiones mendocinas y se tiraron el piletazo en el mercado norteamericano, donde se las sacaron de las manos. Y en 2011, volvieron a elaborarlo, ahora en mayor cantidad, y le sumaron destinos Canadá y Brasil, principalmente. Como ellos, ahora otros productores buscan perfilar el Torrontés de regiones no tradicionales. Sólo en el último mes hubo dos nuevas incorporaciones: Manos Negras, con uvas de San Juan, y un nuevo ejemplar de Bodega del Fin del Mundo, con uva de Neuquén, que está por salir al mercado. El caso es que en Salta y La Rioja el Torrontés está entre las variedades más plantadas en proporción al resto. De ahí que esas regiones fueran las que definieron los primeros estilos, y que lograran asociar sus nombres al de la uva. En cualquier caso, cabe reconocer que etiquetas como Etchart, Santa Florentina, Elementos, Laborum o Quara forman parte central del boom del Torrontés, en la medida en que definieron su estilo moderno. La principal diferencia entre los torrontés del NOA y los demás pasa por la intensidad aromática. Salteños y riojanos son blancos de un marcado carácter floral, con bocas ligeras y delgadas. Mientras que el caso del Torrontés que proviene de Mendoza –el que combina uvas de los distintos oasis- logra buena expresión aromática, marcada por las frutas, pero sobre todo un paso más envolvente en el paladar. Los ejemplares del sur, por su parte, son aún más filosos en boca, con acidez punzantes, y tenues aromas de frutos cítricos frescos. Y ahora, el veredicto está en manos de los consumidores. A ellos les toca definir cuál es su preferido. Entre tanto, una cosa parece cierta: el Torrontés ya no es solo norteño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario