viernes, 21 de mayo de 2010

EN EL DIARIO PERFIL REMARCAN LA GRAN CANTIDAD DE ENEMIGOS DEL GOBIERNO QUE FUERON SUS ALIADOS.

Los principales referentes del radicalismo y del peronismo disidente (Cobos y Solá), sumados a la mayor empresa de medios (Clarín). En los últimos dos años, también pasaron a la categoría de traidores los principales colaboradores de la administración económica (Alberto Fernández, Sergio Massa, Martín Lousteau y Martín Redrado). Y en el pasado, lo mismo sucedió con Lavagna y Duhalde, y en tiempos más pretéritos, con el vicegobernador de Kirchner en Santa Cruz (Eduardo Arnold) y su sucesor como gobernador (Sergio Acevedo), quienes acaban de denunciar al kirchnerismo de ser corrupto. Quien acusa a tantos de traición, ¿será también él traidor? En esta columna se pone foco en otra forma de contradicción: personas mutuamente fieles con el Gobierno pero que nunca tendrían que haber sido aliadas porque debieron haber resultado excluyentes ideológicamente. Un reflejo anecdótico: la semana pasada el ex presidente bajó especialmente a la Cámara de Diputados para votar a favor de los derechos de los homosexuales pero, al mismo tiempo, tiene de principal “vocero atacante” a Luis D’Elía, quien defiende a Mahmud Ahmadinejad, el más homofóbico de los jefes de Estado. Medios sin fin. El campo donde las contradicciones del Gobierno se hacen contrastantes es el de la economía. Pero donde éstas cobran mayor peso es en la revisión de la dictadura. Desde el canal de televisión público, el kirchnerismo le reprochó al diario Clarín editoriales elogiosos de la dictadura, mientras que el canal de noticias aliado del Gobierno es el de Daniel Hadad, ex vocero de los carapintadas. La propia cabeza de los carapintadas –quienes se levantaron para que terminaran los juicios contra los ex represores–, Aldo Rico, fue aliado del kirchnerismo hasta hace poco, al punto que su hija integró la lista de diputados oficialistas en las elecciones donde Cristina Kirchner fue votada presidenta. De estas personas ni siquiera cabe el análisis sobre su comportamiento entre 1976 y 1983, porque en la propia democracia siguieron reivindicando el espíritu de la dictadura y oponiéndose a los juicios a los ex represores. ¿Qué lógica tiene denostar a Magdalena y haber sido aliado de Aldo Rico? ¿No es la forma más retrógrada posible la de haber seguido apoyando a los ex represores en plena democracia? Fueron los carapintadas los que extorsionaron a Alfonsín hasta obtener las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Pero la contradicción continúa. Ahora desean agregar a la lista de personas “censurables” por su actuación en la dictadura nada menos que a Ernesto Sabato. Como preámbulo de una nueva andanada, viene circulando por Internet un texto acusatorio de Sabato porque en mayo de 1976 fue a almorzar con Videla junto con otros escritores, como Borges, y habría declarado en un reportaje a la revista alemana Geo –en 1978– que “la inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos”. La acusación le achaca haber sido “un entusiasta propagandista de la operación política del Mundial ’78 y de la Guerra de Malvinas y aconsejaba a los exiliados que no contribuyeran a la campaña antiargentina”. ¿Por qué será que a los más visibles mentores de la Conadep –Magdalena y Sabato– les fabrican un pasado falaz al omitir todos sus enfrentamientos con la dictadura?. Quizás ayude verlo desde fuera de la Argentina. Chávez y Zelaya, el depuesto presidente de Honduras, merecen todo el respeto por haber sido elegidos por sus pueblos, así como también el apoyo ante cualquier intento o concreción de golpe de Estado en su contra. Pero con ese mismo espíritu en defensa de la institucionalidad, no debería resultar un amigo tan cercano alguien como Chávez, que intentó un golpe contra un gobierno democrático (en 1992, cuando presidía Venezuela Carlos Andrés Pérez), sin importar las causas que lo motivaran. En ese episodio se emparenta con Rico. Arqueología del poder. Giorgio Agamben, en la trilogía de ensayos sobre el homo sacer, explica cómo derecha o izquierda, o estatismo y privatismo económico, son categorizaciones políticas cada vez más indiscernibles y progresivamente más mezcladas en todos los regímenes. La oposición política es entre democracia y totalitarismo. Porque en la medida en que sistemas democráticos tienden al autoritarismo, “el nazismo y el fascismo continúan absolutamente actuales”. Sobre la deformación de los sistemas democráticos dice: “Su aporía consiste en poner la libertad y felicidad del hombre allí donde está su servidumbre”. Desde una perspectiva de autopoiésis del poder (lo que se reproduce a sí mismo), podría haber más empatía K con aquellos que tomaron las armas, aunque de signo ideológico contrario, que con demócratas como Magdalena y Sabato a quienes –precisamente– no le perdonan su pacifismo y haberse sentido también horrorizados por la violencia de la guerrilla. Lo que no es una contradicción es la desaparición de la frontera entre medios y fines. Todo es uso.

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