Néstor Kirchner suele mostrar a sus oyentes privados encuestas que le dan a él un 31 por ciento de intención de votos para presidente. Son mediciones de dos agencias que han hecho tantos trabajos para el Gobierno como la cantidad de errores que han cometido. Ninguna empresa seria de mediciones de opinión pública llegó a semejantes cálculos. Kirchner suele juntar esas cifras y la monumental repercusión popular del Bicentenario para asegurar que está en condiciones de retener el poder. Exultante, describió un ministro el estado de ánimo en Olivos por las fiestas de Mayo. Los Kirchner tienen, sin embargo, dos problemas. Uno consiste en que ni la historia ni la política son estáticas, sino dinámicas y cambiantes. El otro problema es insalvable porque reside en la comprobación simple de que la Argentina no está en Marte, sino en medio de un mundo acosado por crisis económicas y financieras implacables. Cualquier crisis de esas características se convierte en una pandemia con amplias secuelas en todos los recovecos del mundo. La Argentina está incluida. La inestabilidad financiera que asedia esta vez a Europa ya ha hecho estragos en la economía y la política de muchos de sus países, cuando no en todos. La propia recuperación norteamericana es la convalecencia de un enfermo muy débil; el mismo Barack Obama influyó personalmente para que se concretaran los ajustes fiscales del español Rodríguez Zapatero. Una deducción es inevitable: la poderosa economía norteamericana podría trastabillar otra vez ante una crisis mayor de la economía de España. Así de interconectado está el mundo de hoy. Los Estados Unidos y Europa son receptores importantes de las exportaciones argentinas. Rezagada por los estertores de una crisis inacabada, es probable que la economía mundial tenga el año próximo un crecimiento económico menor al previsto. Las exportaciones argentinas tendrán, por lo tanto, mercados más restringidos y los precios de las materias primas bajarán, aunque nada indica que se derrumbarán. Los mercados financieros están muy cautelosos; la Argentina no recibirá ningún crédito. En tiempos de oscilaciones, el dinero se vuelve conservador y sólo se detiene en la calidad de los deudores, que el país de los Kirchner no puede ofrecer. Ya tuvo una primera prueba: desaparecieron los 1000 millones de dólares frescos prometidos junto con el canje de la deuda en default, que tuvo un resultado magro. La conclusión de todo eso es que la Argentina crecerá en 2011 a un ritmo menor al de este año, según el análisis de economistas privados y de organismos internacionales. Deben incluirse los propios desmadres locales. La impronta de los sindicatos está atizando el fuego de la inflación, pero también la desesperación del Gobierno por usar fondos del Estado, las reservas nacionales entre ellos. Menor crecimiento, mayor inflación y la inseguridad jurídica que pulverizó las inversiones nacionales y extranjeras no construirán nunca una buena oferta electoral para ningún gobierno. ¿Creen los gobernantes que los argentinos votarán dentro de un año y medio influidos por la resaca del Bicentenario y no por los problemas cotidianos de entonces? Si esa fuera la ilusión del oficialismo, entonces no ha hecho ningún esfuerzo para comprender las históricas reacciones sociales. Aquellos problemas podrían agravarse por dos razones. Nadie descarta, por un lado, un giro más dramático aún de la crisis internacional. Y, por el otro, la Argentina no ha resuelto, más que con palabras cargadas de hipocresía, su último diferendo comercial con el mundo. Las señales que llegan de Europa por las trabas argentinas a las importaciones de alimentos son alarmantes: Quieren sangre, exageró un funcionario argentino que escuchó esos mensajes. Brasil podría empezar por cerrarles las puertas a las exportaciones argentinas de aceitunas en conserva, que van casi totalmente al país vecino y que benefician a gran parte de la economía del norte argentino. Los europeos prometieron enfurecerse aún más si hubiera sólo una solución para Brasil y no para el resto de los países. Lo que ofende es el cinismo. La frase corresponde a un importante funcionario de Brasilia. Se refería al discurso de la Presidenta que ratificó que no existen ni existieron trabas para la importación de alimentos. Las compras argentinas de alimentos se redujeron a cero en las últimas semanas. Esa es la realidad, aunque no exista ningún papel firmado por nadie en Buenos Aires, argumentaron en Brasil. Los europeos padecen los mismos efectos de la clandestinidad del Estado argentino: no pueden hacer denuncias ante la Organización Mundial del Comercio porque no cuentan con la prueba de ningún papel oficial argentino. La hipocresía tuvo anécdotas memorables. El gobierno argentino está frenando un envío de duraznos en almíbar de Grecia. Las exportaciones argentinas de alimentos a Grecia duplican las importaciones de ese país, castigado por una durísima crisis económica y social. La Presidenta viene de una cumbre en Madrid donde lloró por la crisis griega y culpó al capitalismo de esos estragos en la tierra de Aristóteles. Ya en Buenos Aires, despachó con increíble frialdad a los griegos y a su comercio. Los frenos colocados clandestinamente por Guillermo Moreno deberían comenzar a funcionar pasado mañana. Fueron aprietes verbales a los supermercados y órdenes, también verbales, a los organismos sanitarios que deben autorizar las importaciones. Ningún decreto, ninguna resolución, ningún informe al Congreso sobre los cambios producidos de hecho en la política de comercio exterior del país. ¿Acaso el otrora prestigioso Indec no cayó también abatido por esas formas nuevas de la vieja clandestinidad? Dicen que el Gobierno podría devolver a Moreno a su casa para reconciliarse con la clase media después de la algarabía del Bicentenario. Difícil. Moreno no es una reciente decisión errónea de la administración. Lleva siete años con los Kirchner y sólo ejecuta, ciego y sordo, las instrucciones del matrimonio presidencial. Cuando se vaya Moreno, ¿se quedará Kirchner?, preguntó irónico un legislador oficialista. Dicho de otro modo: ¿qué sentido tendría sacar a Moreno si Kirchner, jefe e inspirador de aquel, continuara como jefe político del Gobierno? Amado Boudou podría ser reemplazado por Débora Giorgi cuando el actual ministro de Economía haya demostrado lo que ya es evidente: su absoluto fracaso. Giorgi, sumisa y disciplinada ante los humores de Cristina Kirchner, viene trabajando desde hace rato en una reunificación de toda el área económica de la administración. Cristina nunca se empalaga ante esas pruebas de lealtad incondicional de la ministra y le devuelve los gestos a Giorgi con referencias a ella hasta cuando no necesita hablar de ella. Los Kirchner no hablan del futuro. No existió el porvenir en ninguna expresión del Bicentenario. Su pelea permanente es con la historia en un incesante combate cultural. Luchan por instalar una visión ideológica de las luchas armadas de los años 70, por el predominio de políticas económicas de los años 50 y, ahora, por ganarle la batalla al Centenario de 1910. En ese contexto de un pasado omnipresente debe incluirse el proceso judicial de ultraje y vejación que sufrieron los jóvenes Herrera Noble, hijos de la directora de Clarín. Aun cuando fueran víctimas de las violaciones de los derechos humanos en los 70 (lo que no está probado), ¿por qué los sometieron a un proceso de acoso y persecución propio de victimarios? ¿Por qué la humillación humana a personas que no hicieron nada? El derecho a la verdad del pasado, que existe, no es más importante que el derecho a la intimidad de las personas en el presente, que también existe. La Justicia no está habilitada, además, para ordenar la cacería y el maltrato de ningún argentino inocente.
Por Joaquín Morales Solá.LA NACION
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