Una Argentina que permanentemente siembra conflictos por doquier no tendrá jamás un papel relevante en el mundo. Si algo faltaba para agregar pesares a los argentinos en vísperas de la celebración del Bicentenario, el anuncio británico referido al hallazgo de petróleo en las cercanías de las islas Malvinas parece completar la medida. Los enérgicos reclamos del Gobierno no han llegado a preocupar a las autoridades británicas ni a los propios kelpers, que aprovecharon para recordar, por si alguien lo había olvidado, que cuentan con suficiente poder militar como para detener a cualquiera que pretendiese ocupar las islas por la fuerza. Tampoco consuelan a los argentinos, descreídos desde hace rato, los alardes oratorios de sus gobernantes. Es que para el matrimonio Kirchner, demasiado inmerso en aldeanas maniobras de captación de gobernadores e intendentes y de asedio a la oposición y a la prensa independiente, la política exterior ha pasado a ocupar un lugar secundario, atento a que no influye, según su particular criterio, en la consolidación de un poder partidario fronteras adentro. La pareja presidencial no ha logrado entender nunca las reglas de juego de un mundo globalizado ni, mucho menos, cómo se mueven en él las grandes potencias ni los países que pretenden alcanzar esa codiciada posición. No ha tenido siquiera una estrategia para desenvolverse con coherencia en la región y menos aún para manejarse en el mundo desarrollado. Por el contrario, parecen sentirse felices ante las crisis externas, que, por su magnitud, consideran que empequeñecen el constante desorden argentino. Los Kirchner han creído que se podían burlar de un presidente como George W. Bush sin costo y, en todo caso, buscar una foto de pasillo con Obama para recomponer las relaciones con los Estados Unidos. Han pensado, puerilmente, que podían lucirse ante ese país al mostrar las citaciones a funcionarios iraníes procesados por el atentado terrorista contra la AMIA y simultáneamente, a la manera del dios Jano, el de las dos caras, estrechar vínculos con Hugo Chávez, quien a todas luces aparece como cabecera de playa para el desembarco de la expansión de Irán en América latina. Eso sin dejar de mencionar el respaldo constante del gobierno argentino a los parakirchneristas Hebe de Bonafini y Luis D´Elía, estrechos defensores de Mahmoud Ahmadinejad. Con la Unión Europea y Brasil se ha reinstalado la desconfianza a partir de las disparatadas trabas al comercio exterior decididas por Guillermo Moreno. Y con Uruguay se ha logrado un gesto de buena voluntad de su nuevo presidente con su voto en favor de Kirchner para la secretaría general de la Unasur, pero, al mismo tiempo, no se ha avanzado en la solución del corte de la ruta internacional que une Fray Bentos con Gualeguaychú, interrumpida desde hace cinco años por vecinos de esta última ciudad. Un corte que, por otro lado, fue declarado oportunamente "causa nacional" por el propio Néstor Kirchner. La llegada de Kirchner a la Unasur no podía ocurrir en peores condiciones, siendo que la finalidad de esa entidad es, entre otras, "la vigencia del derecho en las relaciones internacionales". En primer lugar, la Argentina no ha ratificado aún el tratado del 23 de mayo de 2008 que funda esa entidad. En segundo término, ese tratado fija como sede de la secretaría general la ciudad de Quito, mientras Kirchner ha dicho que seguirá residiendo en Buenos Aires. Por último, el nuevo cargo debe desempeñarse con "dedicación exclusiva", por lo que resulta absolutamente incompatible con la banca de diputado que sigue ocupando hasta el momento el cónyuge presidencial. Todo esto muestra el poco interés que suscita en los Kirchner el nuevo rol regional al que fueron impulsados, como es sabido, por su socio caribeño, creyendo que así se transformaban en actores activos de una política exterior sin rumbo. Una Argentina errática, sin visión estratégica y que siembra conflictos innecesarios por doquier difícilmente pueda tener una participación relevante en el escenario internacional ni encarar una enérgica protesta frente a Gran Bretaña. El vaciamiento sistemático de la presencia del país, que en 200 años de existencia conoció ciertamente tiempos mejores, también debe registrarse en el inmenso pasivo de la pareja gobernante.
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