En la ganadería, un buen manejo marca la diferencia y hasta puede lograr cosas increíbles. Y, sino, hay que preguntárselo a Julio Llanos, que en la periferia de una salina desértica en La Rioja logró aumentar sus porcentajes de preñez y producir más terneros con menos vacas, cuidando el delicado equilibrio ambiental de la zona. Según el suplemento Rural de Clarín, las claves no fueron grandes incorporaciones de tecnología, sino simples ajustes en el manejo, como el apotreramiento del campo, el estacionamiento del servicio y una mejor alimentación de las vacas. La siembra de buffel grass y un manejo racional del pastizal natural hicieron el resto. Las 5.160 hectáreas del establecimiento “Pana” están ubicadas en el este de la provincia de La Rioja, cerca de la localidad de Chamical y a solo cuatro kilómetros del límite con Córdoba. El paisaje es inhóspito, dominan los colores ocres y hasta hace dos meses no llegaba la electricidad. El establecimiento se encuentra en una perisalina y las precipitaciones anuales son de entre 300 y 350 milímetros. Allí siempre se hizo ganadería de cría, pero no necesariamente con un manejo adecuado. “Hasta hace pocos años, todo el campo formaba un solo lote en el que convivían los toros y las vacas, el servicio era continuo, los porcentajes de preñez y de parición eran muy bajos y los pastizales naturales sufrían el deterioro provocado por la sobrecarga y el consumo irracional”, cuenta Llanos, quien junto a técnicos del INTA comenzó a mover las piezas en la búsqueda de mejores resultados. Ariel Adaro, técnico de la agencia de extensión rural Chepes del INTA, explica que en la zona la única producción de materia seca se da en verano. “El resto del año es todo en diferido; por eso tratamos de concentrar la parición y el servicio en ese momento del año”, dice. El concepto suena básico para cualquier campo de la pampa húmeda, pero en La Rioja el contexto es muy diferente. Por eso, porque su manejo vale la pena, se llevó a cabo allí una reciente jornada del IPCVA para productores zonales. El primer paso fue incorporar el apotreramiento. “El alambre eléctrico de 12 voltios que divide los potreros, con energía de paneles solares, fue un aporte importante porque era imposible dividir un campo tan grande”, comenta Llanos. Luego se comenzó a trabajar en el rodeo. “Aquí llegó a haber 450 animales, que se redujeron a lo que el campo realmente soportaba. Actualmente hay 130 vientres y con las vaquillonas de recría y los toros se llega a unos 200 animales; hay una unidad ganadera cada 30 hectáreas”, dice Adaro. El rodeo es Aberdeen Angus con cierto porcentaje de criollo que le aporta rusticidad. La idea de bajar la carga animal no fue fácil de asimilar por el productor, y fue uno de los primeros desafíos de los técnicos del INTA. “Fue difícil convencerlo de que se podía mantener la producción con la mitad del rodeo”, dice Adaro. Con los animales que se vendieron en ese momento, Llanos pudo hacer las inversiones para el apotreramiento y la implantación de algunas pasturas. En el campo, según Llanos, no hay menos de siete variedades de monte blando. Además, se ven algarrobos, quebrachos y muchos cardones. El fruto del cardón -cuenta el riojano-, es el principal alimento de la hacienda. “Es parecido al kiwi, y cuando cae sirve de alimento; tiene muchos hidratos de carbono y agua, lo que hace que a pesar de que no llueva los animales estén bien”, dice. Pero a pesar de contar con este exótico menú, las pasturas son un componente esencial, y el INTA lo sabe. Por eso impulsó la siembra de buffel grass, una especie que jamás habían probado en ambiente de perisalina. Se hizo un rolado selectivo para sacar parte del estrato arbustivo respetando los árboles y cardones, se puso las semillas y el verde apareció. “El sistema es seis meses con buffel grass y seis meses con pastizal natural pero, para darle tiempo al pastizal para que se recomponga durante la época de las lluvias, tengo que tener por lo menos el 10% del campo con buffel grass”, cuenta Llanos. Actualmente, la pastura ocupa el 3% del campo, es decir, 200 hectáreas, de las cuales 170 se implantaron el año pasado y recibieron muy poca agua. “Necesitamos unas 400 hectáreas más para llegar a los 200 vientres”, explica el riojano, y detalla los costos de la inversión. “La implantación cuesta 90 a 100 litros de gasoil por hectárea. Después, para hacer 100 hectáreas yo compré 500 kilos de semillas por 15.000 pesos”. Adaro, por su parte, aclara que el buffel no es la única receta. “El pastizal natural también se debe manejar; el pastoreo debe ser racional”. En este aspecto, una de las dificultades es la poca disponibilidad de agua, que es de calidad regular y está en un solo lugar, por lo que la hacienda tiene que caminar a veces hasta tres kilómetros y medio. Pero gracias al apotreramiento, los animales ya no se quedan solo en las zonas aledañas a la aguada deteriorando el suelo. A eso llama Adaro un “pastoreo más racional”. Un punto clave en el manejo, que solo es posible gracias a una mayor disponibilidad de forraje, es la recría de vaquillonas para un entore más precoz. Antes, el entore se hacía a los 36 meses; ahora se hace a los 24 y los resultados se empiezan a ver en la primera tanda de vaquillonas preñadas. Del 60% de preñez pasaron al 80%. “El servicio se hace desde el uno de febrero hasta el uno de mayo, cuando la condición corporal de las vacas es buena. La idea es que las vacas paran cuando haya producción de materia seca, a fines de octubre o hasta los primeros días de diciembre”, explica Adaro. Mientras tanto, el destete pasó de hacerse a los seis meses a realizarse a los 70 días. “Los terneros se suplementan a campo con balanceado de proteínas y maíz, más el buffel grass implantado”, dice el técnico del INTA. Con 130 kilos, los terneros se van para otras regiones con mayor oferta de calorías, pero antes tienen que superar algunos desafíos que plantea el ambiente. Allí no hay grandes problemas de sanidad, pero hay una amenaza latente que se esconde en el monte. “El año pasado, doce terneros cayeron en las garras de los pumas”, cuenta Llanos. Así es, en La Rioja todo es posible. “El gran desafío es hacer ganadería y que sea rentable. Mi mujer no me cree”, dice Llanos. Y Adaro, confiado, aporta la clave: “Con un manejo más controlado, se puede evitar todo tipo de problemas. Hace falta un enfoque totalizador del sistema productivo”. De esta manera, a pesar de la tierra, la sal, los pumas y el agobiante calor, la ganadería encuentra su camino recordando el abecé. El establecimiento Pana no tiene escritura, sino que se trata de un conjunto de derechos y acciones. Los diez tíos de Julio Llanos heredaron en su momento una superficie de 450 hectáreas cada uno y, luego, Llanos fue comprando junto a un par de primos las diferentes acciones para poder mantener unida la propiedad. “En La Rioja son muy pocos los campos con títulos perfectos, lo que genera serias dificultades para acceder a créditos. Los bancos se manejan con los requisitos de la pampa húmeda. Yo fui a pedir 200.000 pesos y me pidieron un patrimonio de medio millón de pesos, garantía, etc...”, comenta el productor. Es otra evidencia de que La Rioja funciona bajo un paradigma diferente en todo sentido, y como tal, necesita un abordaje especial.
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