El problema de la democracia argentina de hoy son los heridos o, en todo caso, la dificultad del sistema político para lidiar con ellos. Para ser justos con las instituciones republicanas, hay demasiados heridos y sus lastimaduras duelen demasiado como para pretender un escenario institucional estable, y en esto el kirchnerismo tiene mucha responsabilidad. La lógica K ha sido desde el principio la de dejar un tendal de actores muy golpeados a su paso, muchos de ellos demasiado influyentes como para que se queden callados y mansos lamiendo sus heridas mientras la topadora pingüina siga aplastando cualquier resistencia que se le presente. A esta altura, los heridos se han acumulado y la lógica de voltear muñecos para resolver conflictos de intereses ya seduce a buena parte de la sociedad, sea o no oficialista. En el seno del Ejecutivo se huele la sangre propia derramada. La vertiginosa suma de atribuciones concentradas en Aníbal Fernández hiere sensibilidades kirchneristas a diestra y siniestra. Florencio Randazzo no oculta su decepción por haber perdido la chance –en la que depositó muchas expectativas– de asumir la Jefatura de Gabinete, y el consuelo que le dio Néstor Kirchner de dejarle poner un hombre suyo a Daniel Scioli para manejar el conflicto con el campo no le sirve de recompensa que sane. Otro que ya se cura las heridas por anticipado ante el avance de Aníbal Fernández es Agustín Rossi, a quien el jefe de Gabinete quiere correr de la titularidad del bloque K en Diputados, pensando en José María Díaz Bancalari como reemplazante. También en la Sedronar hacen las valijas todos los funcionarios vinculados con la lucha antidrogas que no tienen el aval de Aníbal. Su antecesor en la Jefatura de Gabinete, Sergio Massa, también rumia rencor, no contra Aníbal, sino contra el jefe máximo, Néstor Kirchner. Aunque Massa todavía siente los golpes del rústico estilo K, no tiene otra actitud con Scioli, a quien ya le hizo saber que competirá, por las buenas o por las malas, por la gobernación bonaerense. Pero Scioli tiene sus propias heridas internas. Mientras su hermano Pepe y su lugarteniente en el IOMA, Javier Mouriño, fogonean un despegue definitivo del yugo K, Daniel revisa números que le causan dolor: las cuentas provinciales, de un color rojo sangre que puede verificarse en la incertidumbre de los intendentes ante la disponibilidad de apenas el 30% del dinero necesario para pagar los próximos salarios estatales de sus municipios. Esa angustia los empuja, por ahora, a seguir comiendo de la intempestiva mano de Néstor, y lo mismo le pasa al gobernador bonaerense. Pero hay otros números que están por llegar al escritorio de Scioli, que le indicarían una estrategia política opuesta a la obediencia debida: las últimas encuestas realizadas lo alertan sobre el precio en su imagen de haber seguido cerca del kirchnerismo derrotado, en lugar de diferenciarse de modo tajante e irreversible, para salvar su consenso popular. Pero hay que entender a Scioli y tener en cuenta que no es gratis darle la espalda a un Néstor cebado por su propia sangre, que chorrea desde su derrota electoral. Dos ex niños mimados del esquema de gobernadores K están hoy en la mira de Néstor: el chaqueño Capitanich y el salteño Urtubey, ambos caudillos jóvenes y ambiciosos, que en medio de la debacle kirchnerista activaron operaciones de instalación presidencial en el circuito político nacional con sede en la Capital Federal. También en el ex oficialismo hay golpeados que malician contra la furia vengativa de Néstor. Carlos Reutemann no se recupera del operativo K para cortarle las piernas antes de que tomara carrera para 2011, y su indignación por la movida pensada en Olivos lo llevó, incluso, a perder la paciencia con su eterno aliado patriarcal, Eduardo Duhalde. A pesar del ataque de nervios del Lole, que le hizo perder la compostura de “gente bien” que tantos votos le suma en cierta clase media y media alta, la fórmula presidencial con el ex corredor a la cabeza sigue en construcción activa, con el aval de nombres importantes del peronismo disidente. La guerra de los medios de comunicación también está multiplicando heridos de peso. A la reacción lógica del Grupo Clarín se le empiezan a sumar aliados en otras empresas de medios como el Grupo Vila, cuyo titular lanzó un amenazante discurso anti-K con tonos públicos que el empresario mendocino suele reservar para sus discusiones íntimas. Dicen que, al margen de los efectos de la Ley de Medios en su grupo mediático, Vila está lastimado por tener que esperar más de lo previsto para desembarcar con sus socios en la Asociación del Fútbol Argentino, y así apoderarse de la herencia de Julio Grondona. Otra lastimada es Margarita Stolbizer, que está reaccionando a la embestida K de manera paradójica, tal como lo viene haciendo en los últimos tiempos: en lugar de oponerse a la apurada agenda K para cambiar la legislación sobre los medios de comunicación, Margarita dejó saber que los tiempos de la discusión no le parecen tan mal, y en privado disfruta de la mala racha que padece Clarín, a quien culpa principalmente por haber quedado tercera en las elecciones bonaerenses: Stolbizer cree que la polarización entre Kirchner y De Narváez fue un puro e injusto efecto mediático que la dejó fuera de juego antes de tiempo, con la excusa del “voto útil”. Hasta en el ámbito de las relaciones internacionales la revolución mediática kirchnerista ha dejado cicatrices profundas. En los corrillos diplomáticos europeos lamentan la decisión de la Casa Rosada de elegir la norma digital japonesa-brasileña para implementar la nueva televisión en el país. Los europeos predicen que, en unos años, los argentinos verificarán que la norma europea les hubiera resultado menos costosa y más compatible comercialmente con la vocación de las productoras argentinas de colocar sus contenidos en los mercados que pagan en euros. De todos modos, el herido más importante para el futuro de la Argentina sigue siendo Néstor Kirchner, que está haciendo todo lo necesario para salir ileso de su aventura hegemónica. No sólo lucha por llegar a 2011 con el poder en las manos, sino que trabaja también febrilmente para ser el tercero en discordia en la futura elección presidencial para, desde ese lugar de árbitro electoral, con las urnas bajo el brazo y algunos negocios mediáticos y no mediáticos bien abrochados, negociar su apoyo en segunda vuelta a quien le garantice una rendición con juicio justo, o lo que él entiende por eso.
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