Son muchos los que saben que la foto con los Kirchner y Moyano les resta imagen positiva. Beder Herrera y Scioli fueron los únicos dos gobernadores en el acto sindical. La multitud de verde apenas pudo disimularles a Néstor y Cristina Kirchner la evidencia de que estaban ante los jirones del proyecto político con el que alguna vez soñaron aglutinar al peronismo, la UCR y el progresismo nacional. El kirchnerismo real hizo su presentación en la tarde de Vélez Sarsfield. La sangría de votos y de aliados convirtió a Hugo Moyano en el principal aliado del Gobierno para enfrentar los dos años de minorías parlamentarias y caja flaca que se avecinan. Entre papelitos que caían y el ruido de los bombos, Moyano y los Kirchner representaron en el escenario de Vélez la tragedia de su mutua dependencia. El matrimonio presidencial necesita más que nunca a un Moyano poderoso, capaz de garantizar el "control de la calle" (como el propio Kirchner insinuó en más de un discurso) y de evitar una deserción aún mayor en la base peronista que sostiene al Gobierno. Con la reforma política, el kirchnerismo obligó a alejarse a los últimos aliados de centroizquierda, algo que agravó el sorpresivo veto presidencial de anteayer, que condena a la inexistencia a los partidos minoritarios. Los gobernadores, siempre dispuestos a volar a Buenos Aires para mostrarse en primera fila, ayer encontraron buenas excusas para no ir a Vélez. Las encuestas los desvelan: son muchos los que saben que la foto con los Kirchner y Moyano les resta imagen positiva. No lo ignora Daniel Scioli, decidido a sostener su apego a la Casa Rosada aunque lo pague con grietas en su gabinete y con nubarrones sobre su futuro. Era uno de los únicos dos gobernadores en el acto sindical (el otro fue el riojano Beder Herrera). La mayoría de los intendentes del PJ del conurbano tomó coraje para quedarse en la provincia. Hubo ida y vuelta de llamadas: nadie quiso ser el único ausente. Moyano aprovecha la debilidad de los Kirchner y enmascara la propia. Atraviesa un momento delicado: el modelo sindical tradicional está bajo amenaza ante los fallos de la Corte en favor de la libertad de agremiación, tiene partida la CGT, y la Justicia avanza con rumbo indescifrable sobre los manejos de las obras sociales, sustento central del poderío económico de los grandes jefes sindicales. También él depende cada vez más de los Kirchner. Esos presidentes que le permitieron consolidar su imperio empresario-gremial. Y que ya mostraron voluntad de usar todas las herramientas que les da su posición para proteger a su aliado dilecto; al menos mientras lo necesiten. No fue una señal más que el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, decidiera desconocer la autoridad de un juez para desalojar un gremio tomado por aliados moyanistas (Aeronavegantes) que perdieron las elecciones. Ni hablar de las medidas tendientes a entregarle, casi a ojos cerrados, multimillonarios fondos para las obras sociales. O que ayer estuviera en segunda fila el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, que es árbitro de la discusión abierta sobre la libertad sindical. La Presidenta, por si hacía falta, dio su veredicto por los parlantes de Vélez. El cotillón peronista despidió todas caras sonrientes y adornó el abrazo entre Kirchner y Moyano, dos actores condenados a ayudarse y a temerse.
Por Martín Rodríguez Yebra para La Nación.
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