jueves, 25 de febrero de 2010

NESTOR Y CARLOS: UNA HISTORIA DE AMOR Y ODIO.

"Debemos reconocer que pocas veces, o casi diría con toda seguridad, que desde el paso de aquel gran general [Juan Domingo Perón], hubo un presidente que haya escuchado tanto a la Patagonia", lanzó, con énfasis, el entonces gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner. Secundado por su mujer, Cristina, sonrientes, agasajaban al entonces presidente Carlos Menem. Esa imagen es un reflejo de una historia que osciló entre un estrecho vínculo durante el menemismo y el odio en la época kirchnerista. Y que, en la primera batalla legislativa de 2010, entregó un nuevo capítulo. Fue a mediados de los años 90, cuando el poder estaba más cerca de Anillaco que de El Calafate, que Kirchner mantenía una buena relación con el gobierno. En aquellos tiempos, el santacruceño defendía "el proceso de transformación y cambio" que encabezaba el riojano. En tiempos de bonanza, la alianza fue clave para la privatización de YPF. Hizo lobby. En 1992, fomentó la reforma mientras estaba a cargo de la Organización Federal de Estados Productores de Hidrocarburos, que agrupaba a una decena de provincias. Hasta montó una conferencia de prensa desde la propia Casa Rosada. Desde allí reclamó apoyo para lograr la reforma y pidió a la oposición radical que, por lo menos, diera quórum para que el Congreso pudiera, finalmente, aprobar el proyecto de privatización. Pero con el paso del tiempo, la relación se desgastó. Ya en el segundo mandato, la relación era tirante desde ambos extremos. Fiel a su estilo -por entonces innovador-, en 1996, Kirchner desairó a Menem en eventos protocolares. Faltó a todos los actos en los que debía participar con motivo de la visita que efectuó el entonces presidente de Chile, Eduardo Frei. Menem estaba fastidiado. Pero los gestos eran parte de una disputa interna. El menemismo quería restarle aire al gobernador de Santa Cruz de cara a las elecciones de 1999. El Presidente estaba preocupado por evitar que la dupla Kirchner-Kirchner se convirtiera en un polo "no menemista" dentro del PJ. El enfrentamiento se masificó en 2003. Para Kirchner, desde ese momento el menemismo se convirtió en mala palabra y "los 90" se transformaron en el blanco favorito de todos sus agravios. Menem ganó la primera vuelta presidencial, pero debía enfrentar a Kirchner en el ballottage. En la campaña, las críticas se multiplicaron. Después de enterarse de su renuncia a participar en la segunda vuelta, Kirchner fue lapidario con el riojano: "Muestra su último rostro, el de la cobardía, y su último gesto, el de la huida". Como era previsible, durante su gestión, Kirchner apuntó una buena parte de sus cañones contra la política del ex presidente. Pero los dardos con los que respondía eel riojano ya no causaban el mismo daño. El poder estaba en El Calafate. Y eso le permitía algunas contradicciones. Desde la Casa Rosada, el mismo escenario del lobby privatizador, lanzó: "Sabemos el genocidio que pasó nuestra industria petrolera, la increíble privatización [...]. Si YPF hubiera quedado en manos nuestras estaríamos recaudando [...] entre 20 y 25 y hasta 30.000 millones de dólares por año". Después de un largo tiempo de desprecios, el reencuentro fue memorable. En 2005, en la sesión de asunción de Cristina como senadora, Néstor volvió a desairarlo. No conforme con ignorarlo, Kirchner le dedicó a Menem un gesto inolvidable. Segundos antes de la jura en el Senado, el ex vicepresidente Daniel Scioli mencionó su nombre al leer la fórmula de juramento. En ese momento, Kirchner estiró su brazo y tocó la madera del estrado, mientras miraba con una sonrisa a su esposa y levantaba sus cejas. Durante la primavera kirchnerista, el odio del menemismo creció. Por eso, Menem se esforzó para aportar su granito de arena en el primer gran golpe contra el kirchnerismo. Pese a sus problemas de salud, el 17 de julio de 2008, estuvo presente en el recinto, votó en contra de la resolución 125 y contribuyó al desempate del vicepresidente Julio Cobos. Una de las peores noches para los K. Esta vez, el ambiente también era inmejorable: era el fin de la hegemonia K en el Congreso. Por tal motivo, muchos esperaban que, ante una nueva votación reñida, el ex presidente quisiera ser protagonista en una nueva derrota kirchnerista. A 24 horas de su ausencia, con sus escuetas explicaciones de por medio, todavía reina el misterio. El fin de este nuevo capítulo que los volvió a ubicar en el centro de las miradas, aún es incierto.
Por Iván Ruiz. De la redacción de lanacion.com iruiz@lanacion.com.ar

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