miércoles, 27 de octubre de 2010

AHORA HAY QUE PENSAR TODO DE NUEVO.

Murió esta madrugada, de un paro cardiorrespiratorio, el hombre que en los últimos siete años manejó este país. Murió el arquitecto único, excluyente, del aparato de poder en el que se sostuvo hasta ahora el Gobierno. Murió la figura que organizó, en un ejercicio de contradicción sistemático, al arco opositor. Murió el titular de un apellido que signó con su inicial, "K", este ciclo histórico. Es comprensible, entonces, que esa muerte esté engendrando innumerables incógnitas. La escena nacional se encamina a una nueva configuración. La psicología ya no prestará los servicios que brindó hasta ahora a una Argentina rudimentaria, en la cual la mayor parte de las decisiones relevantes salían de una sola cabeza. Hay que mirar todo de nuevo. Hay que pensar todo de nuevo. En el centro de ese mar de enigmas queda instalada Cristina Kirchner, que ahora debe asumir su dolorosa viudez mientras ejerce la primera magistratura. Es una mutación insondable. Pero cualquiera que se haya asomado al vínculo que la Presidenta mantenía con su esposo, habrá advertido hasta qué punto ella encontró en la figura de Kirchner -llamado así, en tercera persona-, un principio estructurante de su psiquismo, de su personalidad. La superposición de los lazos afectivos y familiares con los roles políticos, convierte hoy a este duelo de la Presidenta, al modo con que ella afronte ese proceso, en una cuestión de Estado. Las modulaciones emocionales serán más relevantes que nunca.  Las peculiaridades de esa relación se proyectaron en estos años sobre la política. Kirchner fue la usina de poder de la que se alimentó la experiencia administrativa iniciada en el año 2003 y continuada por su esposa en el último trienio. Cristina Kirchner se sintió muy cómoda gerenciando una administración cuyo ordenamiento básico le era provisto desde Olivos. Ella fue hasta ahora un inusual primer ministro, capaz de dotar de discurso, imágenes y hasta de algún control de calidad, a una construcción política y económica que siempre estuvo en manos de su marido. La pregunta que está abierta es de dónde extraerá ella ahora ese insumo esencial que le era entregado llave en mano. Para resolver este interrogante sólo existen, a esta hora, conjeturas provisionales. Es casi seguro que la muerte de Kirchner puede generar un movimiento que no alcanzaron a producir sus dos internaciones recientes: el de un acuerdo mínimo entre el oficialismo y la oposición para rodear a un gobierno débil. Esta hipótesis supone algo que todavía debe ser probado y es que Cristina Kirchner aceptará la debilidad. Es un escenario desconocido para un grupo que se habituó, desde los albores de su composición en la inhóspita Santa Cruz, a entender la vida pública como combate. Para este experimento inédito tendrán responsabilidades cruciales Carlos Zannini y Julio De Vido. No sólo porque están en condiciones, sobre todo De Vido, de encauzar un proceso de diálogo, sino porque son acaso las únicas personas en las que la Presidenta, ausente Kirchner, confía.  Hay, sin embargo, un factor poderoso que influirá en esta trama: el sentimiento de orfandad que está envolviendo desde ahora a un conjunto de políticos que, en su verticalismo extremo, han confiado su suerte a un padre todopoderoso que los relevaba de preguntarse por el destino final de sus acciones. Kirchner se cuidó muy bien de que entre sus allegados no hubiera nunca un líder. Zannini, De Vido, Francisco Larcher, Héctor Icazuriaga, se han convertido desde esta madrugada en engranajes de una maquinaria que quedó desprovista de su centro.  Las personas que encarnen la contraparte de un ejercicio de concertación son también cruciales: Ernesto Sanz, Federico Pinedo, Rubén Giustiniani, por citar sólo a un trío, deberían estar en el corazón de esa operación. La comparación es inexorable. Hay un líder omnipotente que ha muerto y una viuda al frente del Estado: Perón e Isabel, Kirchner y Cristina. ¿Quién será el Ricardo Balbín de este drama? En caso de que la Presidenta intente resolver su encrucijada tomando este camino, deberá decidir de qué modo liquidará las guerras que su marido dejó pendientes de resolución. Es una cuestión de primera magnitud: el conflicto es constitutivo de la identidad K y, por lo tanto, el intento de abandonarlo puede ser vivenciado como un modo de auto-disolución. El tendido de un eje político-parlamentario hacia la oposición podría despejar la incógnita del destino del Gobierno. Pero no resuelve la del destino del kirchnerismo. La muerte de Kirchner es también la muerte del jefe del PJ. Las rivalidades entre los peronistas, que acaban de volverse más acérrimas con las imputaciones cruzadas por la muerte de Mariano Ferreyra, encierran muchas claves del futuro inmediato. Entre ellas la de la estabilidad de la administración y la del desenlace sucesorio, que sigue previéndose para diciembre del año próximo. También en este plano la fracción gobernante está ahora ante una disyuntiva. Puede tantear el camino de un acuerdo interno, lo que supondría cierta prescindencia electoral. En este horizonte se recorta la figura-puente de Daniel Scioli, aunque todavía se ignore si cuenta con la densidad suficiente como para encarnar el momento. Se requieren también gestores con suficiente seniority y equilibrio como para comunicar dos mundos que, al menos hasta esta madrugada, estuvieron en guerra. Figuras como José Luis Gioja, por dar un ejemplo. Hay otro camino posible, tal vez menos sensato, pero al que el oficialismo se puede sentir tentado porque hace juego con su cultura política. Como un batallón que ha perdido a su comandante, Cristina Kirchner y su entorno pueden apostar a sustituir por un poder de facto el ordenamiento, siempre cargado de prepotencia, que les proveía el jefe muerto. Si este fuera el caso, hay que volver la vista hacia Hugo Moyano. Si se interpreta que Kirchner no era un socio sino un dique para las ínfulas expansivas de este sindicalista, se puede especular con que la inercia que se vino desarrollando en los últimos meses se pronuncie todavía más. Es decir, que un Gobierno que carece del know how del diálogo y el acuerdo, termine capturado por alguien que le ofrece la ilusión de que hay muy poco que cambiar. Sería sumergirse en un riesgosísimo espejismo. Porque, desde esta madrugada, casi todo ha cambiado.


Por Carlos Pagni. Especial para lanacion.com

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