Pulverizado su sistema de poder con el estallido de 2001, la Argentina se proveyó durante los últimos siete años de un principio de orden en el férreo liderazgo de Néstor Kirchner. Las decisiones más relevantes de ese lapso salieron de la cabeza de la misma persona. Esa gravitación logró, por un momento, que la psicología fuera más eficaz que la politología para desentrañar la vida pública. El hombre que murió ayer fue el arquitecto del aparato político en el que se sostiene el Gobierno. Fue también, gracias a un ejercicio incesante de la contradicción, el ordenador del arco opositor. La era que se inició en 2003 lleva como signo la inicial de su apellido. Es natural, entonces, que su partida haya poblado el horizonte de interrogantes. El más inquietante es, en estas horas, cómo procesará Cristina Kirchner su dolor. Dada la singular anatomía del oficialismo, esa intimidad es una cuestión de Estado. Quien falleció ayer no fue un presidente poderoso que deja lugar a su segundo en la jerarquía de la República. Fue un líder omnímodo pero inorgánico, y quien debería heredarlo viene ejerciendo la primera magistratura, pero con la dependencia propia de un jefe de Gabinete. El vínculo conyugal potencia la complejidad de esta transferencia. La heredera es convocada a asumir de modo pleno sus funciones mientras se transforma en viuda. La sucesión Kirchner-Kirchner, que debería haberse celebrado hace tres años, se precipita ahora, bajo la forma de un duelo. Lo emocional y lo institucional se entrelazan y agregan azar a este proceso. En el alma de Cristina Kirchner anidan varias claves del futuro colectivo. En su psiquismo -hay testigos innumerables- ha tenido un papel estructurante la imagen de su esposo. Esa dimensión emocional se proyectó sobre lo público. El ordenamiento que subyace al gobierno actual era provisto por el ex presidente desde Olivos. Es natural, entonces, que el corazón del poder esté envuelto hoy en un sentimiento de orfandad. Kirchner relevó siempre a Carlos Zannini, Julio De Vido, Héctor Icazuriaga, Francisco Larcher, José López de tener que interrogarse por el destino final de sus acciones. Si la aventura en la que quedaron embarcados contaba con una hoja de ruta trascendente al tautológico ejercicio del poder, se la ha llevado el hombre que ayer murió. Alrededor de Cristina Kirchner quedó un grupo de gestores que hace más de veinte años tienen vedado hacer política. ¿Adónde irá a buscar ese elenco el insumo crucial que proveía Kirchner? Aunque todo es hipotético, podría suponerse que la Presidenta registrará la enorme limitación que le impone la muerte de su esposo y ensayará una concertación para estabilizar su gobierno hasta el fin de su mandato. Si se repasan las ecuménicas condolencias de ayer, está claro que la dirigencia argentina promueve este escenario. Sería un experimento inédito para el kirchnerismo, en el que Carlos Zannini y Julio De Vido ocuparían un rol principal. Sobre todo De Vido: fue quien gerenció para Kirchner las relaciones extramuros, sobre todo con empresarios y sindicalistas, y es el único que puede compensar a la Presidenta, siquiera un poco, por la pérdida de su esposo en el pragmático manejo del dinero. De Vido y Zannini están llamados a urdir un entramado con tres actores destacados: los gobernadores, en especial los del PJ; los sindicalistas, y la oposición parlamentaria. Como contraparte de esta aproximación habría que imaginar a Ernesto Sanz, Oscar Aguad, Federico Pinedo, Rubén Giustiniani, Graciela Camaño, Felipe Solá, entre otros. Para detectar si el Gobierno se encamina en esta dirección será interesante ver la liturgia de los funerales de Kirchner. Sobre todo qué papel se le asigna en ellos a la oposición partidaria y legislativa. La confección de esta red institucional es decisiva para que Cristina Kirchner pueda cubrir otra vacante que produjo ayer su marido: con él murió el verdadero ministro de Economía de esta administración. Los mercados, que siempre son desalmados, saludaron esa novedad con una mejora notoria en la cotización de bonos y acciones -un detalle: la del Grupo Clarín saltó un 49%-. Pero entre los expertos comenzaron a aparecer preguntas preocupantes sobre las expectativas de inflación y los niveles de inversión si la política no consigue acotar la incertidumbre. ¿Alcanza con Amado Boudou, Diego Bossio y Mercedes Marcó del Pont para dar una respuesta? El camino del diálogo no es el único posible, sobre todo para una especie como la kirchnerista, que ha buscado siempre su identidad en el conflicto. Si se observan las primeras reacciones populares y mediáticas frente al fallecimiento, habría que prever que la figura de Kirchner se verá en estos días estilizada. También la Presidenta mejorará su imagen. Hay quienes aventuran que los niveles positivos treparán del 35% al 50%. Las exequias darán lugar a movilizaciones públicas. En esa atmósfera, no habría que descartar que algún sector del oficialismo, tal vez el más juvenil, invite a Cristina Kirchner a asumir la herencia del militante muerto encargándole profundizar sus batallas. Esta orientación podría fantasear con que el principio dinámico y combativo que se perdió con Kirchner se puede reemplazar con la prepotencia fáctica de Hugo Moyano. Si alguien recomienda este curso de acción debería anotar algunos límites. Kirchner salió de escena cuando ya estaban claros los signos de su declinación. Es decir, cuando muchos dirigentes se preparaban para vivir sin él. Este movimiento, que era ostensible en la oposición y en las empresas, tenía un carácter subterráneo en el peronismo oficial. Es posible que en poco tiempo se advierta que el kirchnerismo, muerto Kirchner, es un sujeto de dudosa consistencia. No debería sorprender que salga a la superficie del PJ un discreto proceso de coordinación del que venían participando gobernadores e intendentes. José Luis Gioja, Gildo Insfrán, José Alperovich, Jorge Capitanich, Juan Manuel Urtubey, José Manuel de la Sota y Sergio Massa son, dentro del oficialismo, algunos actores de ese proceso. No habría que descartar que, en poco tiempo, ese sector tienda puentes hacia Eduardo Duhalde, Mario Das Neves, Carlos Reutemann y el resto del Peronismo Federal. Esta perspectiva, todavía brumosa, encierra una hipótesis que tenderá a consolidarse: con la muerte de Kirchner desaparece el determinante más activo de la fractura peronista. Y aparece, en cambio, un factor de reconciliación para nada despreciable: la posibilidad de que, reunificada, esa familia alcance la victoria presidencial el año próximo. Si esta perspectiva poskirchnerista, que se esbozaba antes de la muerte de Kirchner alrededor de Daniel Scioli, se consolida, habrá varios jugadores que deberán ajustar sus pretensiones. Uno es Moyano, a quien el sindicalismo tradicional y los intendentes del conurbano -alentados hasta el martes por Kirchner- se proponen destronar de la CGT y del PJ bonaerense. Otro, Mauricio Macri, que debería calibrar de nuevo su pretensión de convertirse en candidato del PJ disidente. Sería conveniente, además, que el radicalismo, y en general todo el arco no peronista, mire de nuevo el mapa. La agitación de los oscuros sentimientos que la figura del ex presidente promovía en una amplia franja de los sectores medios fue hasta ahora un recurso principal de su crecimiento político. Pero también el antikirchnerismo murió con Kirchner.
Carlos Pagni.LA NACION
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