miércoles, 1 de abril de 2009

RAÚL ALFONSÍN, SINONIMO DELA JOVEN DEMOCRACIA ARGENTINA.

Aquí, su historia personal y política, sus luchas dentro y fuera de su partido. Su confrontación con la dictadura militar y la importancia histórica de su gobierno, entre 1983 y 1989, por la consolidación democrática, la paz con Chile y el primer impulso al Mercosur. Raúl Ricardo Alfonsín nació el 12 de marzo de 1927, en Chascomús, un pueblo del este bonaerense tranquilo como las aguas de su laguna. Su padre, Serafín Raúl Alfonsín Ochoa, era hijo de un inmigrante gallego republicano, fundador del almacén de ramos generales que Serafín heredó y trabajó toda su vida. Su madre, Ana María Foulkes era criolla por rama materna y de ascendencia inglesa y noble por rama paterna. De ellos, decía Alfonsín, heredó la su pasión por la política, su respeto por el disenso y su convicción democrática. Como tantos ex presidentes, fue un liceísta, pero más por la búsqueda familiar de la calidad educativa que por convicción militar. En 1945 egresó del Liceo Militar General San Martín como subteniente de reserva. José Luis Romero, Vicente Fatone y Julio Caillet Bois fueron algunos de los profesores que sembraron las ideas que lo siempre lo acompañaron. Afiliado a la UCR desde 1946, tres años más tarde se casó con María Lorenza Barrenechea, su mujer de toda la vida, y en 1950 se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires, después de rendir libre buena parte de las materias y sin abandonar Chascomús. Su falta de contacto con la gran ciudad politizada no le impidió la militancia local, y desde el Movimiento de Intransigencia y Renovación de la UCR, en 1951 fue electo concejal. En los años siguientes pasó por todos los estadios de la vida política y partidaria hasta convertirse en Presidente. Fue diputado provincial, nacional y ya después de su gestión, senador. Empezó presidiendo el comité de Chascomús y llegó a jefe máximo de la UCR, lugar que ocupó varias veces en la práctica, pero espiritualmente, hasta que murió. Detenido por la dictadura de Juan Carlos Onganía en 1966, los violentos años 70 encontraron a Alfonsín buscando su propio camino. Después de reconocer como referente político a Arturo Frondizi y crecer bajo el ala de Ricardo Balbín, su pensamiento socialdemócrata y progresista lo llevó a fundar en 1972 el Movimiento de Renovación y Cambio, enfrentado internamente al balbinismo. Sergio Karakachoff, Federico Storani, Leopoldo Moreau, Marcelo Stubrin, Facundo Suárez Lastra, Luis “Changui” Cáceres y Enrique Nosiglia eran algunos de los que encabezaban las juventudes radicales que lo siguieron con pasión desde ese momento. Sus ideas humanista, su fluida relación con la Internacional Socialista, su adhesión al ideario latinoamericano de autodeterminación de los pueblos y su rechazo terminante a la lucha armada lo convirtieron en referente dentro y fuera de su partido. Sin embargo, en el 73 perdió las internas ante Balbín, y hasta que él murió, en 1981, no pudo liderar la UCR. Tres meses antes del golpe militar de 1976, Alfonsín fundó la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, la primera organización que denunció la violencia de la Triple A primero y de la dictadura después. En la reunión fundacional lo acompañaban el obismo Jaime de Nevares, Alicia Moreau de Justo, Adolfo Pérez Esquivel y Alfredo Bravo, entre otros. Durante la dictadura defendió gratuitamente a detenidos, y denunció las desapariciones en el exterior. El 30 de octubre de 1983 la fórmula Raúl Alfonsín-Víctor Martínez le ganó a la que integraban Italo Luder-Deolindo Bittel por el 51,7% de los votos, contra el 45% que sacó la dupla peronista. El primer sorprendido fue Alfonsín, que compartía la sensación generalizada de que volvería a triunfar el peronismo, como en el 73. Asumió el 10 de diciembre de ese año, Día Internacional de los Derechos Humanos, y ante la Asamblea Legislativa anunció los ejes de su gestión: Derogación de la ley militar de autoamnistía y fin de la Doctrina de Seguridad Nacional, reforma del Estado y de la universidad pública, protección a la industria, un Plan Alimentario Nacional (PAN) para los más necesitados, un intenso programa de alfabetización y obra pública. En la campaña había denunciado un pacto militar-sindical para garantizar impunidad a los dictadores y la misma semana que asumió ordenó por decreto juzgar a las juntas militares y las cúpulas guerrilleras. También creó la comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) que documentó las violaciones a los derechos humanos en el libro Nunca Más, testimonio fundamental para los juicios que concluirían dos años más tarde con la condena a los militares. Pero la herencia de la dictadura estaba lejos de morir. En la Semana Santa de 1987 Alfonsín soportó la primera de tres sublevaciones militares que encabezaron Aldo Rico y Mohamed Alí Seineldín. “La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina. Felices Pascuas”, saludó el Presidente, terminada la sublevación, desde de la Casa Rosada a los miles que se habían movilizado para defender la democracia. Pero la casa no estaba en orden, y Alfonsín, que ya había sancionado la ley de punto final (fijaba un límite de 60 días a las acciones penales contra militares) creó la ley de obediencia debida, que exculpaba a los oficiales que actuaron obedeciendo órdenes. No alcanzó y las fuerzas militares amenazaron permanente su gobierno, que sólo gracias a la templanza y la convicción de Alfonsín logró inaugurar el mayor período democrático que recuerde nuestra historia. Entre sus logros en materia internacional, Alfonsín lanzó la unión económica entre Brasil y la Argentina, antecedente del Mercosur, y selló la paz con Chile por el Canal de Beagle. En la lista de sus frustraciones se anota el plan de trasladar la Capital a Viedma (un intento por descentralizar el país) y su política económica, que después del Plan Austral y el Plan Primavera (ambos falliados) desembocaron en la hiperinflación y los saqueos que lo obligaron a adelantar el traspaso del poder a Carlos Menem. Pero su vida política no terminó cuando dejó la Presidencia, y, para bien o para mal, siguió digitando los destinos de su partido. En 1994 firmó con Menem el Pacto de Olivos, que le permitió modernizar la Constitución, pero favoreció el bipartidismo y habilitó la reelección presidencial. Sus detractores siempre se lo reprocharon, igual que las leyes que favorecieron a los militares y su retiro anticipado del poder. Aunque Alfonsín se sabía un hombre afortunado, la vida no siempre le sonrió. En junio de 1999 tuvo un grave accidente automovilístico y fisicamente no volvió a ser el mismo. Cinco años después sufrió la perdida de su nieta de 15 años, Amparo Alfonsín. Después del estruendoso fracaso del gobierno de Fernando de la Rúa, pasó sus últimos años tratando de reconstruir la UCR. Cansado de pedir diálogo al matrimonio Kirchner, en 2007 ideó la candidatura presidencial de Roberto Lavagna y ultimamente promovió el regreso al partido de Julio Cobos y otros ex radicales. En el tiempo que la política le dejaba, recibió condecoraciones de universidades y gobiernos de todo el mundo. Su país también decidió homenajearlo en vida, y este año, fue declarado ciudadano ilustre de la provincia en un gigantesco acto multipartidario en La Plata; la Presidenta Cristina Kirchner descubrió un busto con su imagen en la Casa Rosada y la UCR le hizo un homenaje en el Luna Park por los 25 años de su triunfo electoral. A lo mejor porque fue el mayor de 6 hermanos, Alfonsín eligió tener una familia numerosa. Tuvo seis hijos, que le regalaron 24 nietos y 11 bisnietos, que lo llenaron de felicidad hasta el último momento de si vida. El siempre decía que de todos los presidentes post dictadura, a él le había tocado bailar con la más fea, por la inestabilidad institucional de aquellos años. Pero esta vez le tocó bailar con la peor de todas, la muerte. Sin embargo, tanto en el ‘83 como ahora salió victorioso: la historia lo eligió para convidarle el elixir de la inmortalidad, un privilegio que le otorga a muy pocos.

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