La humillación sufrida por los Kirchner, la presidenta argentina y su marido y antecesor, en las elecciones adelantadas de mitad de legislatura supone un cambio político y anticipa incertidumbres en la tercera economía latinoamericana. La pareja gobernante había hecho de los comicios del domingo un referéndum sobre su gestión de la crisis y su crispado manejo de los asuntos públicos, que los argentinos han zanjado quitando al oficialismo peronista la mayoría en la Cámara baja y el Senado. Para el ex presidente Néstor Kirchner, que anoche renunció a la presidencia del peronismo, el varapalo ha sido monumental en Buenos Aires, el bastión de los votos que le catapultaron al poder en 2003. Allí, Francisco de Narváez, un millonario nacido en Colombia, que encabeza una facción rival, le ha sacado dos puntos y medio, a pesar de las advertencias apocalípticas del hasta ayer jefe peronista, en una campaña ventajista y sin ideas. La presidenta Cristina Fernández adelantó de octubre a junio las elecciones, en las que se ha renovado la mitad de la Cámara baja y un tercio del Senado, esperando evitar un deterioro económico mayor. Los votantes han suspendido no sólo la gestión económica del dúo presidencial, su innecesario y perdido enfrentamiento con los agricultores a cuenta de una subida confiscatoria de los impuestos, la nacionalización del sistema de pensiones o las trabas a la inversión exterior, expresiones todas de un nacionalismo populista y un anquilosado burocratismo que bebe en el peronismo más añejo. El malestar tiene también que ver con la inseguridad ciudadana y un aumento de la inflación, el 15% extraoficialmente, que el Gobierno maquilla sin ningún pudor desde los centros estadísticos oficiales. A la espera de una crisis de Gobierno, anticipada por la renuncia de Kirchner al liderazgo de su partido, los resultados electorales suponen una bocanada de aire fresco, y no sólo porque alumbran una alternativa a una pareja desgastada, puesto que la popularidad de Fernández, tras año y medio de mandato, dista mucho de cuando fue elegida. Un Congreso no controlado por el oficialismo obligará a la presidenta a una política menos vitriólica, además de revitalizar presumiblemente y hacer más coherente a la oposición argentina, la peronista y el radicalismo. En última instancia, la derrota de los Kirchner abre la carrera en el peronismo a las presidenciales de 2011, donde confluyen todos los ojos.
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