lunes, 22 de junio de 2009

NESTOR KIRCHNER PROMULGA LA REPUBLICA ¿EN ABSTRACTO?.

No se puede privilegiar una supuesta eficacia gubernativa en desmedro de las instituciones y la división de poderes Con su monótona insistencia, en cada acto de su campaña electoral, Néstor Kirchner dice defender la República "en concreto", mientras simultáneamente acusa a los medios de comunicación y a la oposición de promover una República "en abstracto". Sus expresiones parecerían indicar que la República "concreta" es aquella que se logra mediante una presuntamente acertada gestión gubernativa abonada por una serie de cifras dibujadas arbitrariamente por el Indec de Guillermo Moreno. Por cierto, esas cifras no registran el creciente aumento de la pobreza ni la fuerte caída en las exportaciones de granos ni el notorio incremento del desempleo ni tampoco la recesión en la que ha entrado la economía argentina en el último año. En el mismo ejercicio dialéctico característico de Kirchner, la República "en abstracto" sería, en cambio, la de las instituciones, la de la división de poderes, la de los equilibrios y contrapesos constitucionales, la de la periodicidad de funciones. Es decir, la plasmada en nuestras normas constitucionales. Pero esta distinción -tan arbitraria como impropia y peligrosa-, lejos de ser pueril, encierra un grave peligro porque predica la infravaloración de las instituciones del país. Lo que Kirchner nos está diciendo, en definitiva, es que lo que importa para un gobierno es ser eficaz, más allá de lo que establezca el andamiaje jurídico de la Nación, que queda relegado al ámbito de lo que el ahora candidato a diputado califica como "abstracto". Su argumento, curiosamente, ha sido utilizado por la mayor parte de los gobiernos "de facto" en nuestro país y ha sido consentido a veces por quienes veían en el abandono de las instituciones una posibilidad de lograr la eficiencia que, según ellos, ni los partidos ni la burocracia del Estado aseguran en los gobiernos constitucionales. En esa línea de pensamiento, claramente autoritaria, se cree que sin Congreso ni legislaturas provinciales ni concejos deliberantes la gestión de gobierno deviene más dinámica. Presuntamente más fácil y flexible. Esto, sin embargo, supone eliminar desaprensivamente los ámbitos propios de la reflexión y de la formación de los consensos, para aplicar rápido, única e inequívocamente la voluntad exclusiva del Poder Ejecutivo. Así nos fue, según enseña la historia. Lo curioso es que ahora, lejos de los gobiernos de facto contra los que se despotrica desde los mismos micrófonos, la visión luce similar. ¿Qué son los decretos de necesidad y urgencia o los superpoderes vigentes si no una forma legalizada de burlar los órganos deliberativos, para imponer lisa y llana la voluntad del poder administrador? Por eso, a pesar de todo y recordando lo que ha ocurrido en el país, resulta difícil encontrar hoy a alguien que, tan palmariamente como lo hace Kirchner, justifique en nombre de una presunta eficacia en la gestión el alejamiento y la ignorancia de la ley. Peor aún, hacer la distinción entre República "en abstracto" y "en concreto" es no haber entendido cuál es la esencia misma de la forma republicana de gobierno adoptada por la mayoría de los países del mundo. No es que alguien haya inventado de pronto un esquema normativo al que deben someterse las fuerzas de la naturaleza. Por el contrario, es la naturaleza humana la que lentamente, y a veces a costa de luchas fratricidas, ha ido dando forma a un esquema de entendimiento social capaz de evitar los excesos en los que, tarde o temprano, caen quienes ejercen el poder durante demasiado tiempo. Los fueros españoles, la Carta Magna de los británicos, la Constitución de los Estados Unidos y nuestra norma fundamental de 1853/60 son algunos de los hitos de un largo camino de desarrollo político que ha ido dando fuerza legal a las formas espontáneas que las distintas sociedades iban descubriendo en la tarea de autogobernarse y mantener, al mismo tiempo, el máximo posible de libertad. A ese proceso, que cristaliza en las instituciones de la República, es casi ofensivo llamarlo "abstracto", con evidente desconocimiento histórico y jurídico. Pero, además, esa opaca prédica antirrepublicana prepara veladamente el camino para lo que puede conducir a una legalización del despotismo con el pretexto de reformar las leyes republicanas que "impiden" gobernar. La famosa máquina de impedir que denuncian habitualmente los Kirchner no es otra cosa que el conjunto de frenos y contrapesos propios de la doctrina constitucional. En esa línea, los casos actuales de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua son muestras elocuentes de que cuando los déspotas y demagogos violentan las normas de la República, se terminan imponiendo otras normas, hechas a la medida de los gobernantes de turno, en desmedro de las garantías más elementales. Cuando se habla de la República, de sus principios, reglas e instituciones, no se puede hacerlo "en concreto" o "en abstracto". Se debe hablar con la convicción de que sólo en el ámbito de la ley, es decir, de la República a secas, será posible la convivencia pacífica y fecunda entre todos los argentinos. Más allá del discurso único y monocorde.

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