La voz quebrada de Cristina Kirchner apenas pudo resistir cinco minutos en cámara. Le alcanzó sólo para reforzar el mensaje de continuidad que todo el oficialismo se empeña en transmitir, con suerte dispar, a partir del terrible golpe humano y político que significó para la Presidenta y su gobierno la muerte de Néstor Kirchner. Tuvo tiempo de grabar y revisar el discurso, tal vez el más esperado desde que asumió el cargo. Eligió mostrar su dolor sin maquillarlo y, a la vez, despegarlo del desafío que tiene por delante; el enigma que desvela a propios y a extraños: cómo gobernará sin el jefe político que controlaba todos los resortes del poder. Dijo que no es su momento político más difícil y que ahora sumará la responsabilidad de "hacer honor a la memoria y al gobierno" de Kirchner. La combinación entre esa debilidad emocional que admitió y la fortaleza política que prometió marcará el rumbo de la etapa impredecible que se abrió en el país el miércoles. Para la ansiedad reinante en el oficialismo, no hubo en el mensaje difundido anoche por cadena nacional más indicios que su voluntad y convicción de continuar el camino que marcaba Kirchner. En teoría, ése fue el mensaje que quisieron llevar a la sociedad el Gobierno y sus aliados desde el fatal miércoles 27 para enmascarar la orfandad de liderazgo en que quedaban sumidos. No les fue del todo bien. El primero fue Hugo Moyano, con su proclamación de Cristina Kirchner como candidata (y él como principal sostén, claro) cuando no habían pasado ni seis horas del deceso. A la Presidenta y a buena parte de su entorno les pareció un gesto mezquino. Después fueron Héctor Timerman y otros ministros quienes se esforzaron en instalar la idea de la reelección. Una jugada que no acompañaron los principales referentes políticos del Gobierno y los hombres llamados a encargarse de algunas de las múltiples funciones que se reservaba Kirchner para sí. Varios gobernadores avanzaron en el clamor para que la Presidenta asumiera la jefatura del peronismo, en un intento de dotarla de la autoridad que su esposo se llevó con él. El último en mover piezas para acomodarse a la nueva etapa fue el gobernador Daniel Scioli, con la multitudinaria muestra de apoyo que ensayó ayer, al convocar a 90 intendentes de la mayor provincia del país. La jugada pareció explotarle en la cara: después de su respaldo irrestricto a la Presidenta tuvo que escuchar (con la televisión transmitiendo en vivo) a un intendente (el de Berazategui) que le pidió pronunciarse ya mismo a favor de la reelección de Cristina Kirchner. Y otro (el de Quilmes) habló de los que "se probaban el traje" de candidato presidencial cuando Néstor Kirchner estaba vivo y con voluntad de dar la pelea. Todas esas jugadas reflejan el desconcierto de un oficialismo con orígenes, ideologías y proyectos personales dispares, al que sólo Kirchner, maestro en hallar coherencia en contradicciones, parecía en condiciones de amalgamar. Tanto énfasis en mostrar fortaleza no hizo más que desnudar las debilidades a la que queda expuesto el sistema de poder kirchnerista. Las muestras de emoción en las calles durante los tres días que duraron las exequias del líder peronista servirán para dar impulso al Gobierno en esta inesperada -e inevitable- crisis interna. Con palabras emotivas y tono intimista, Cristina Kirchner ratificó el rumbo de su gobierno. "Está claro que no habrá cambios de gabinete, como muchos esperaban", tradujo luego un miembro del entorno presidencial. Ella quiso mostrarse rápido en funciones (hasta donde se lo permitió su comprensible dolor) y resaltar esas muestras masivas de afecto popular que la acompañaron en su duelo. Se encargó de destacar el apoyo de los jóvenes, en lo que algunos oficialistas interpretaron como una señal: son esos grupos juveniles los que proclaman una profundización de la "revolución" que le atribuyen haber iniciado a Kirchner. Las alusiones al "mandato moral" del líder afianzan la idea de profundizar la línea histórica de la gestión y empiezan a cristalizar el nuevo "relato" del kirchnerismo. La Presidenta también habló con sus silencios. No incluyó en el agradecimiento a los líderes opositores que participaron del velatorio de Kirchner y a los que aquellos días no los dejaron acercarse a saludar (tampoco a los ministros de la Corte). Pocos en el Gobierno imaginan una apertura al diálogo, pese a lo que pregonan en sordina gobernadores, intendentes y legisladores del peronismo oficialista. Los próximos gestos de la Presidenta serán analizados con microscopio. Tendrá que gestionar con su dolor y con las presiones desatadas de todos los que dicen respaldarla y de aquellos que se le oponen y ya empiezan a dar por cumplida la tregua humanitaria que propusieron.
Martín Rodríguez Yebra.LA NACION
No hay comentarios:
Publicar un comentario