Una característica saliente del tiempo que vivimos es la transformación continua de las actividades humanas, que se van modificando con vertiginoso ritmo. Esa realidad ha llevado a una afirmación paradójica: lo único constante es el cambio, proposición que resume la experiencia observada en variados campos; uno fundamental es el referido al trabajo y el ejercicio profesional. En ese sentido, es evidente la influencia del prodigioso crecimiento de los conocimientos científicos y las creaciones tecnológicas, que han gravitado decisivamente en el avance de la productividad y la eficiencia en el orden de la economía contemporánea. La renovación que se ha venido operando -particularmente desde la segunda mitad de la pasada centuria- ha multiplicado las profesiones, ha redefinido conceptos y su modo de comprender su ejercicio futuro, cuestión de suma importancia para los jóvenes, tanto en el trance de elegir una carrera como en lo que concierne a su posterior inserción laboral, ocasión en la cual jugará un papel central su disposición a responder a los cambios que se presenten. Para decirlo brevemente, hasta las primeras décadas del siglo pasado el logro de una graduación abría un panorama de desarrollo previsible a lo largo de la trayectoria profesional; hoy, esa relativa estabilidad no existe. Es valioso recordar en este punto que el derecho a elegir un estudio superior por los adolescentes jóvenes demandó siglos. Grandes acontecimientos -como la Revolución Industrial, la proclamación de los derechos humanos, el advenimiento de la democracia y los avances de la educación universal- promovieron ese reconocimiento, el respeto por las vocaciones personales y, más tarde, la estimación de las aptitudes y capacidades en función de las demandas laborales. En ese cuadro entró a jugar la dinámica cada vez más acelerada de los cambios, sobre todo a partir de la llamada revolución electrónica, que obliga a pensar en una constante incorporación de innovaciones en la vida profesional, con periódicos cursos de capacitación y hasta de reconversión profesional, lo que implica un regular abandono de conocimientos y habilidades que pierden vigencia para incorporar lo nuevo, más productivo y eficaz. Ese proceso de cambio constituye un desafío movilizador para el cual estudiantes y graduados recientes tienen que estar dispuestos, y para ello es menester que prioricen desde el inicio de sus carreras las habilidades para el aprendizaje, porque su trayectoria profesional futura así se lo ha de exigir. Junto a esa continua actualización de capacidades para incorporar lo nuevo debe crearse tempranamente el hábito de informarse de los cambios que se introduzcan y de los que se anticipan a través de fuentes serias de difusión. De ese modo el paradójico cambio continuo podrá servir como criterio orientador para los pasos profesionales por dar y será apreciado como un verdadero incentivo para ganar en calidad profesional.
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