miércoles, 8 de diciembre de 2010

CRISTINA, UN CAMBIO QUE EMPEZÓ POR LAS FORMAS.

Irónica, dispuesta por momentos al viejo ejercicio de amonestar, Cristina Kirchner dio ayer, sin embargo, otro paso para diferenciarse de las formas que existían hasta la muerte de su esposo. Referentes de la oposición la escucharon anunciar formalmente el descubrimiento de nuevas reservas de gas en la sede de YPF. La invitación a líderes opositores fue hecha personalmente por el vicepresidente ejecutivo de la empresa petrolera, Sebastián Eskenazi, y no por el protocolo presidencial. Pero resulta imposible imaginar que fue una iniciativa de Eskenazi que no consultó con la Presidenta, que seguramente aprobó la convocatoria. "Hola, Ernesto, ¿cómo te va?", le deslizó Cristina al senador Ernesto Sanz, presidente del radicalismo, y colega suyo en el Senado durante cuatro años. No se hablaban desde el año 2006, cuando se enfrentaron duramente por el proyecto de la entonces senadora Kirchner sobre los superpoderes del Ejecutivo para administrar el presupuesto. "Buenos días, ingeniero Macri. Lo saludo para que no diga que no lo saluda la señora de enfrente", le dijo al jefe de gobierno porteño, sentado en primera fila. En este caso, ya no se supo si era una cortesía o una punzante ironía. Macri se había levantado para ir al baño y acababa de regresar cuando la Presidenta se disponía a hablar. "Fue una de las duras ironías de Cristina contra los que no tienen posibilidad de responder", dedujo uno de los jefes opositores que estaban ahí, que no es Macri. Empezó bien el discurso, pero lo terminó con sus habituales alusiones a las cegueras opositoras y a la predisposición de Macri de echarle la culpa de sus desventuras al gobierno nacional. Otra vez, la oposición no podía refutar, condenada al silencio por el natural protocolo del acto. "La conozco a la Presidenta desde hace demasiados años y sé cómo es. Hay algo nuevo en ella, es cierto, pero por momentos es la misma de siempre", resumió Sanz. ¿Cuánto hay de nuevo en la Presidenta? Los que la conocen (no sólo su círculo cercano) advierten que ha perdido la presión de algo o de alguien y que, además, ya no debe encontrarse con hechos consumados. Observan que tiene más márgenes para saludar, decir, callar, invitar o sonreír. Ha perdido, en síntesis, un poco de su crispación personal, aunque nadie sabe si esa distensión podrá llevarla, en el fondo y no sólo en las formas, hacia el contenido de sus políticas. Pudo, por ejemplo, saludar ayer correctamente al senador Sanz, pero no escuchó, hace un par de semanas, su propuesta para que la Presidenta convocara a sesiones extraordinarias del Congreso para tratar el presupuesto del próximo año. Y el presupuesto de la Nación fue históricamente, aun en tiempos de Néstor Kirchner, la materia de una vasta negociación entre oficialistas y opositores. Cristina rompió con esa tradición. Los hechos consumados los protagonizaba Néstor Kirchner en detrimento de su propia esposa. Las filtraciones del sitio WikiLeaks, que dejaron al desnudo a la embajada norteamericana en Buenos Aires, hubieran provocado en el ex presidente, quizás, un remedo del enfrentamiento Branden-Perón desde las tribunas del conurbano. Su esposa prefirió, en cambio, conservar la amable relación con el presidente Barack Obama, relación que se desarrolla sobre todo en las cumbres del G-20. No fue fácil para la Presidenta perseverar en esa línea, porque la divulgación de esos cables cifrados coincidió inoportunamente con la Cumbre Iberoamericana de Mar del Plata. En esa reunión (sólo en ésa, por ahora) dio un brusco cambió a su sistema de alianzas latinoamericanas; se colocó del lado de México, Brasil, Colombia y Chile, en lugar de Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia. La actitud presidencial por el caso WikiLeaks es el cambio más perceptible, y tal vez profundo, que espoleó Cristina Kirchner en las últimas semanas. El reconocimiento de un Estado palestino como nación libre y soberana fue un alineamiento sin complejos con la posición latinoamericana que lidera Brasil. En los años kirchneristas, prevaleció más la competencia argentina con Brasil que los temas en los que puede haber coincidencia entre ambos países. Los empresarios (o algunos de ellos) tienen más entusiasmo que el que permite la realidad, por ahora. Más allá de los gestos presidenciales y de algunos mensajes, lo que más atrae del nuevo clima a los hombres de negocios es el enojo de Hugo Moyano. "Si Hugo Moyano está enojado con el Gobierno es porque el Gobierno está haciendo bien las cosas", dijo uno de los principales empresarios argentinos. Néstor Kirchner tenía un modo de seducir a Moyano, con poder y con dinero, y de frenarlo como únicamente podía hacerlo alguien tan pendenciero como el líder cegetista. Cristina Kirchner no tiene esas condiciones, pero tampoco puede quedar a merced de la infinita ambición de Moyano. Todo indica que serán los jueces federales los que resolverán el problema político que significa Moyano. Las varias investigaciones sobre el manejo corrupto de las obras sociales (que administran dinero de los trabajadores y no de los dirigentes gremiales) están ya muy avanzadas en la Justicia como para que alguien pueda frenarlas. No existe ahora ese alguien, además. ¿Sólo cambian las formas? ¿Y el fondo de las políticas? Los dos principales ministros de Cristina Kirchner, Aníbal Fernández y Julio De Vido, han sufrido en los últimos días un profundo proceso de desgaste. El jefe de Gabinete terminó de la peor manera con la divulgación de los mensajes de la embajada norteamericana; fue retratado como el jefe de un sistema personal de espionaje interno y vinculado, sin pruebas por ahora, con el narcotráfico. Y De Vido no podrá escabullirse fácilmente del hecho comprobable de que fue el jefe directo de Ricardo Jaime y de su parlanchín asesor Manuel Vázquez, aun cuando el ex secretario de Transporte haya reportado siempre en forma directa a Néstor Kirchner. ¿Cómo implementar políticas nuevas con personajes tan viejos? Ese es el dilema de Cristina. A pesar de todo, nada ha cambiado hasta ahora para el periodismo. El hostigamiento, la persecución y la difamación que se abaten sobre el periodismo independiente pertenecen a un enorme aparato estatal que no se ha desmontado aún. Cristina Kirchner tiene su propia historia de conceptos equivocados sobre el periodismo, que coincidían con los pasionales rencores de su esposo. La distensión política y personal que inauguró la Presidenta reconoce todavía un límite férreo: el periodismo concebido como un enemigo que sólo merece la derrota, aunque ésta requiera las peores armas.

Joaquín Morales Solá. LA NACION

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