Las medidas de estímulo fiscal y monetario aplicadas hasta ahora han sido decisivas para recuperar la demanda y el crédito. Concluida en Toronto la reunión del G-20, sus participantes regresaron a sus respectivos países con algunos avances significativos. Ese foro es el que ahora discute la estrategia para superar la crisis económica global que se abatió sobre los mercados hace dos años y la reestructuración de la arquitectura financiera y monetaria del planeta. Sus integrantes arribaron a Canadá con visiones diferentes sobre cómo seguir en su labor coordinada para tratar de superar la crisis. La declaración emitida al culminar la reunión reconoce que los esfuerzos realizados hasta ahora han sido fructíferos y que las medidas de estímulo fiscal y monetario -sin precedente a escala mundial- están desempeñando un papel decisivo en impulsar la recuperación de la demanda y el crédito privado. Sin embargo, se admite que la recuperación es aún desigual y frágil, que el desempleo se mantiene en niveles inaceptables en muchos países y que el impacto social de la crisis sigue siendo notable. Por ello es esencial reforzar la recuperación en marcha. Para esto, nos dicen, es necesario seguir aplicando las medidas de estímulo adoptadas hasta que se logre recrear una demanda privada fuerte. Con un límite, por cierto, porque es necesario garantizar tanto la sanidad de las finanzas públicas como la existencia de planes creíbles que garanticen la sostenibilidad presupuestaria. Esto se hará teniendo en cuenta las circunstancias particulares de cada economía. Es obvio que no puede haber recetas comunes para situaciones particulares que pueden ser diferentes. Los países con problemas presupuestarios graves deberán acelerar el ritmo de la consolidación. Es cuestión de ajustarse. Por esto, los países europeos han puesto en marcha medidas para recortar el déficit hasta el tres por ciento en 2013. El propio Barack Obama ha enviado una carta en la que se compromete a bajar el déficit a la mitad para 2013 y al tres por ciento para 2015. Esto es necesario porque, si bien es esencial mantener finanzas solventes para apoyar la recuperación y lograr flexibilidad para enfrentar nuevas perturbaciones, la senda de los ajustes debe ser calibrada con cuidado para sostener la recuperación de la demanda privada. Se trata de afianzar la confianza. Existe el riesgo de que un ajuste fiscal sincronizado en varias de las principales economías del mundo pueda tener efectos adversos sobre la incipiente recuperación. También existe la posibilidad de minar la confianza y afectar el crecimiento si los procesos de consolidación fiscal no son precisos. La Argentina sabe bien de esto desde que, por desconfianza, los flujos de inversión hacia nuestro país son aún poco significativos. La declaración final de la cumbre incluye los esperados, aunque tibios, llamados a que las economías emergentes flexibilicen los tipos de cambio y a que los países con déficit de cuenta corriente incrementen el ahorro nacional. Los que tienen superávit deben apoyarse en sus propios mercados domésticos para sostener su crecimiento. La poco feliz actuación de la Argentina en Toronto merece un párrafo aparte. Esta vez se pasó de la irrelevancia sustantiva que caracterizaba nuestra presencia en las reuniones anteriores a la creación de fricciones que en nada ayudan a una nación cuyas cifras oficiales se tienen en el exterior por poco transparentes y creíbles, lo que alimenta la desconfianza. En lo que es ya una clásica búsqueda de protagonismo, la presidenta Cristina Kirchner sermoneó con incomprensible arrogancia al presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, lo que derivó en alguna rispidez con participantes que seguramente miran no sin algún grado de recelo este tipo de actitudes destempladas. Sarkozy señaló que en América latina quizá no se conozcan los ataques de grupos financieros. No era para recoger el guante y, como quien se siente castigado, procurar devolver el golpe. Ocurre que, más allá de sus escasos pergaminos, nuestra Presidenta, como su marido, nunca ha sido apta para consensuar, acordar o coordinar una respuesta. Tiene, además, un patológico discurso con el que pontifica. Y, peor aún, siente una pasión irrefrenable por adquirir notoriedad por la vía de dividir y enfrentar. Una vez más, esto quedó en evidencia en Toronto. Es lamentable, pero no sorprendente.
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