jueves, 4 de marzo de 2010

LA ARGENTINA CON SU ECONOMIA TRANSITA POR UN CAMINO DE RIPIO.

Hasta hace poco, los principales focos de incertidumbre sobre el futuro de la economía eran el deterioro fiscal y la aceleración inflacionaria. Ahora se suman los riesgos para la gobernabilidad, en medio de un conflicto de poderes que tiende a agudizarse. Cuesta imaginar un camino pavimentado para las expectativas económicas con la dinámica que ha adquirido la crisis institucional generada por la apropiación de reservas del Banco Central para financiar el Tesoro. En los capítulos más recientes de esta historia, que ya lleva casi 90 días, Cristina Kirchner le mojó la oreja al Congreso en su propia casa con el cambio de envase del Fondo del Bicentenario a través de otro DNU, tanto o más polémico que el primero, ya que incluye hasta una reforma encubierta de la Carta Orgánica del BCRA. También desafió a quienes sostienen que las formas institucionales son tan importantes como el fondo de las decisiones oficiales: el sincronizado operativo para transformar al Fondo de Desendeudamiento (FoDe) en un hecho consumado fue posible mediante una insólita segunda edición del Boletín Oficial para ponerlo en marcha casi simultáneamente con el sorpresivo anuncio presidencial. Ahora la oposición acaba de ratificar que el Congreso dejó de ser una escribanía para los desbordes kirchneristas. Y se apresta a cobrarse una pieza clave: la presidenta del BCRA, cuya designación debe formalizarse con acuerdo del Senado. Sin un desenlace a la vista de la crisis, tampoco habría que descartar que el kirchnerismo gobierne a base de DNU rechazados ex post por el Congreso y el veto de leyes que pueda sancionar la oposición legislativa para enmendar desaguisados institucionales (como el Indec, el Consejo de la Magistratura o la coparticipación de impuestos nacionales). Hay mucho más que "factor sorpresa" en las movidas del matrimonio Kirchner: sus decisiones demuestran que el fin justifica cualquier medio. Y que pagar cualquier costo para alcanzarlo es preferible a negociar o buscar acuerdos políticos. El objetivo de utilizar por la fuerza las reservas ya dejó en el camino a un presidente del Banco Central que aportaba previsibilidad, hizo desperdiciar meses valiosos para el canje de deuda, complicó el financiamiento externo de empresas privadas, unificó en su contra al archipiélago opositor y modificó drásticamente las expectativas económicas para 2010. Hasta ahora sólo puso al descubierto que el uso de ese fondo (cualquiera sea la denominación que se le agregue) es más necesario que urgente para cubrir parte de la enorme brecha fiscal; aunque no alcance para cerrarla, excepto con más impuesto inflacionario. Pero a pesar de la crisis que generaron estos procedimientos, nadie aún apuntó al centro de la cuestión: qué se busca financiar. La discusión en el Congreso de una nueva ley de presupuesto 2010, clarificando el destino de las partidas de gasto y sus fuentes de financiamiento, sería un camino políticamente civilizado para salir de este pantano institucional. Sin embargo, esta posibilidad parece utópica en estos días de lenguaje tremendista en el oficialismo. Es difícil que un país entre en default con reservas que septuplican sus necesidades de financiamiento, por más que tenga cerrado el financiamiento externo. El problema está en las formas legales y políticas y en la resistencia obsesiva a cualquier debate, como si los recursos y las reservas fueran propiedad exclusiva del Poder Ejecutivo. Para la economía real esta perspectiva configura un sinuoso camino de ripio. Nada es demasiado seguro, todo puede ser posible. Tarde o temprano, la aceleración inflacionaria, la puja por el ingreso y el clima de abierta confrontación política pueden desacelerar la recuperación de la actividad económica que se evidencia desde fines de 2009 y apuntaba a consolidarse en la primera mitad de este año con la mejora del consumo interno, la cosecha récord de soja y la mayor demanda brasileña de productos argentinos. La incipiente fuga de capitales de los últimos dos meses ha vuelto a demostrar que la desconfianza no es gratuita. Otro tanto ocurre con inversiones de cierta envergadura, que ingresaron en un paréntesis hasta fin de 2011. Con este marco, hasta suena desafinado que el kirchnerismo utilice ahora como termómetro económico la cotización de los bonos argentinos o los altibajos de la Bolsa, cuando en un pasado muy lejano los identificaba como la "timba financiera".
Néstor O. Scibona. Para LA NACION.

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