Desde que llegaron al Gobierno, en mayo de 2003, los Kirchner han gobernado casi sin oposición. Pero ese ejercicio de poder hegemónico, poco afecto a la discusión y a la búsqueda de consenso, ha dividido a la sociedad y ha puesto en riesgo, más de una vez, la permanencia de sus instituciones republicanas. Rosendo Fraga analiza en Fin de Ciklo los tres escenario posibles para los K pero se juega por uno: la retirada. El 10 de diciembre de 2013, el restablecimiento de la democracia cumplirá treinta años. Ese día, a su vez, habrá cumplido dos años en el poder el presidente electo a fines de 2011. Muchas cosas pueden suceder y cambiar hasta entonces. Al promediar el próximo período presidencial, la historia política de estos treinta años podrá sintetizarse en tres nombres y tres décadas: Alfonsín en los 80, Menem en los 90 y Kirchner –el apellido político más relevante de la primera década del siglo XX, que comprende al matrimonio Cristina Fernández y Néstor Kirchner–, en la primera década del siglo XXI. Esos tres presidentes fueron, a su vez, tres personalidades políticas muy diferentes. De los tres, Kirchner es pasado –el kirchnerismo lleva siete años ejerciendo el poder a nivel nacional– pero también, y todavía, presente y, eventualmente, futuro. Es cierto que se trata de un liderazgo en declinación, pero la dinámica política muestra que sigue siendo un protagonista activo y la figura clave de la agenda política de nuestro país, en una situación singular, ya que está ejerciendo el poder a través de su esposa, que es quien ocupa la presidencia. Este libro, que está concebido como una crónica de los 2.500 días de gobierno kirchnerista, toma como punto de partida el mes de enero de 2003, cuando Néstor Kirchner se convirtió en una opción nacional real a partir de la decisión del entonces presidente Eduardo Duhalde de apoyar su candidatura presidencial, para oponerse, a través de ella, a una eventual victoria de Carlos Menem. Es un relato que combina periodismo e historia. Del primero, tiene el carácter de reseña cronológica, el pulso de los días vividos entonces; y de la segunda, la reconstrucción y la evaluación de los acontecimientos. Recuerdo a un gran profesor de Historia Argentina que tuve en la Universidad de Buenos Aires, Adolfo Pérez Amuchástegui, quien decía que lo más difícil para el historiador, y a la vez lo más importante, era llegar a la intencionalidad de los protagonistas, captar sus voluntades, sus propósitos, para lo cual era fundamental colocarse en su tiempo y espacio. Durante los siete años que se relatan y analizan, fui escribiendo una suerte de diario, anotando los principales acontecimientos políticos, junto con comentarios y reflexiones sobre ellos. De allí surgieron artículos, algunos trabajos de investigación y la base para el análisis político cotidiano de la coyuntura. El protagonista de ese relato es, sin duda, Néstor Kirchner. Si fuera un libro de historia, podría llamarse Kirchner y su tiempo, en la medida en que se reconstruyen situaciones y momentos importantes para interpretar actitudes, decisiones y sucesos. El fenómeno del kirchnerismo permite diversos abordajes desde el punto de vista de la teoría política. Uno de ellos es el del poder. Pienso que Néstor Kirchner es un político que comprende más el poder que la política, y esta es una de las claves para, a su vez, entender su accionar. Otro componente fundamental es la psicología, la personalidad de los líderes políticos, clave en todos los procesos, y especialmente gravitante en la Argentina, no sólo por nuestra historia y nuestra cultura, también por la debilidad de las instituciones. Kirchner ha podido vulnerar con éxito diversas reglas de la política. Por ejemplo, que quien accede al poder con un porcentaje de votos tan bajo quedará imposibilitado de gobernar. También, la experiencia universal de separarse inmediatamente del rumbo del gobierno anterior cuando se llega a la primera magistratura, una modalidad que eludió su esposa, Cristina Fernández de Kirchner. Ambos lograron la singularidad que representa la transferencia del poder entre dos miembros de un matrimonio. Pero Kirchner también ha infringido otras: por ejemplo, que en la democracia, en mayor o en menor medida, más tarde o más temprano, existe una correlación entre poder y consenso. O que la vieja regla de “dividir para reinar” es una clave para el ejercicio del poder, una máxima que Kirchner parece haberse empeñado en desconocer, al sumar enemigos poderosos al mismo tiempo y por doquier. El kirchnerismo también permite reflexiones y constataciones acerca de la entidad y la constitución de un fenómeno político tan particular como lo es el peronismo. En mi opinión, y después de observar la diversidad con la que se ha mostrado en las últimas décadas, se puede afirmar que el peronismo, además de un partido y un movimiento es, y antes que nada, una cultura política. El ex presidente tal vez no sea política o ideológicamente un peronista, pero lo es culturalmente, y su concepción sobre el poder se inscribe en esa cultura. Los hechos todavía se están desarrollando y no contamos con la distancia que requiere la historia. Pero, aun así, analizar el kirchnerismo es de suma utilidad para pensar la política argentina que, probablemente, se encuentre a las puertas de un nuevo ciclo, el que comenzará en esta segunda década del primer siglo del tercer milenio y que llevará, como nombre, uno que todavía no parece determinado, una verdadera incógnita para nuestros próximos años. Sobre la base de las experiencias vividas, podemos imaginarnos tres escenarios posibles para el futuro del kirchnerismo en el período 2010-2011, es decir la segunda parte del mandato de Cristina. Al primero lo podemos denominar Kirchner retiene el poder en 2011. Se trata de un razonamiento que el ex presidente suele hacer ante gobernadores, intendentes y sindicalistas. Parte de la premisa de que, con internas o sin ellas, el peronismo irá finalmente dividido a elecciones. Reutemann, De Narváez y Solá, por uno u otro camino, no integrarán la misma alternativa electoral que el kirchnerismo. Asumida la división del peronismo, que puede tener un modelo de análisis ideológico, a su izquierda el kirchnerismo y a su derecha el antikirchnerismo, se asume también que el campo no peronista se dividiría solo. Que entre la UCR y sus distintas facciones, los seguidores de Julio Cobos, el partido de Margarita Stolbizer, la Coalición Cívica de Elisa Carrió y el Partido Socialista, todas fuerzas que en la elección legislativa integraron el Acuerdo Cívico y Social, no podrán presentar una sola candidatura a la presidencia. Si Macri finalmente se presenta como candidato, dividirá aun más el campo no peronista. Partiendo de la base de que se reproduce el fraccionamiento de los dos grandes partidos históricos, en forma más o menos parecida a la que tuvo lugar en 2003, el candidato del oficialismo nacional tiene un piso del 25%, con el cual se llega a la segunda vuelta, dado que ningún candidato alcanzaría el 40% en este escenario. Así, se asume que, si se votara hoy, el candidato del kirchnerismo, fuese la Presidenta o el ex presidente o a quien ellos apoyaren, perdería en la segunda vuelta, pero en algo más de un año y medio algunas situaciones podrían cambiar y tanto la historia como la política dan múltiples ejemplos de ello. Sería el escenario deseable para Kirchner, pero no el más probable. Es que, desde 1983, cuando la sociedad argentina deja un liderazgo, no lo retoma y, además, quien ha sido derrotado en la elección pre presidencial lo será también en la presidencial siguiente. El segundo escenario es que el kirchnerismo pierde el poder en 2011 pero lo recupera en 2015. En este caso, asume que la elección está perdida, como lo muestra la historia política contemporánea: no hay recuperación tras caer en la previa a la presidencial. Pero el actual oficialismo se repliega para retornar al poder en el período siguiente. Kirchner, que tiene banca como diputado nacional hasta 2013, asume el rol de jefe de la oposición del nuevo gobierno, tras haber perdido la elección él mismo o por intermedio de otro candidato. El próximo presidente encontrará la caja vacía, dado que el superávit se ha terminado y en los próximos dos años el aumento del gasto continuará sin cambios. A su vez, tendrá que enfrentar la protesta social que encuentra su mejor lugar de expresión en la calle. En ese sentido, no sólo habrá de lidiar con los piqueteros combativos que hoy son antikirchneristas, sino que tendrá enfrente a los actuales aliados del Gobierno, como los sindicatos de Moyano, los piqueteros de D’Elía y las organizaciones de derechos humanos que lidera Hebe de Bonafini. El tercer escenario es que se adelanten las elecciones. No es el deseable, pero la historia argentina también muestra que es posible, aunque no necesariamente probable. Es posible porque en dos de las tres oportunidades anteriores en las cuales el oficialismo perdió la elección de medio mandato, el Gobierno no concluyó como hubiese debido: Alfonsín en 1989 y De la Rúa en 2001. Sólo Menem pudo mantener la gobernabilidad después de haber perdido este tipo de elección. Cabe recordar que en América latina, Argentina y Ecuador son los dos países que tienen el récord de presidentes que han dejado el poder antes de la fecha prevista. Si bien esto es posible aunque improbable y además para nada deseable, nunca la situación sería similar a la de Alfonsín, De la Rúa, Rodríguez Saá o Duhalde, quienes renunciaron al poder. Dadas sus características personales, el matrimonio Kirchner nunca va a renunciar; probablemente, planteen que abandonan el país como consecuencia de los riesgos que corren en él y la operación de desestabilización de la cual son víctimas. Tratarían de asemejarse al caso de Zelaya en Honduras, aunque ellos ya habían imaginado el escenario antes, como lo dijimos, en el segundo trimestre de 2008, después de la crisis del campo. Entonces Zelaya todavía no pensaba que podía ser destituido un año más tarde. Más de una vez, el ex presidente Kirchner ha hecho alusión a la caída de Perón en 1955 y cómo el viejo líder retornó al poder casi dos décadas después. Es la idea de si dejo el poder con las banderas desplegadas, tengo retorno y, si, en cambio, cedo a las presiones, pierdo el futuro. Adelantar las elecciones es una práctica frecuente en la Argentina desde 1983. Alfonsin convocó a votar en mayo, para entregar el poder en diciembre y adelantó la entrega en julio de 1989. Menem, en 1995, convocó a votar en mayo, para iniciar el segundo mandato siete meses después, en diciembre. En 2003, Duhalde había convocado a votar en abril, entregando el poder en mayo, seis meses y medio antes de la finalización del mandato. En 2009, las elecciones legislativas se adelantaron cuatro meses, por única vez. Es que convocar a votar antes de octubre de 2011 puede ser una táctica política del mismo oficialismo, para evitar las dificultades económicas que se están gestando. Cabe recordar que a fines de marzo, Cristina Kirchner dijo: yo no voy a hacer el ajuste, si quieren el ajuste, que vengan los otros. En los tres escenarios descritos, Néstor Kirchner está pensando en retener o volver al poder. Ya sea porque triunfaría en la segunda vuelta, porque tras un próximo periodo presidencial de fuerte deterioro y desgaste retornaría en 2015, o porque aun debiendo dejar el poder antes de tiempo lo haría sin renunciar y siempre denunciando una conspiración, para retornar en algún momento futuro, como lo logró Perón a comienzos de los años 70. En mi opinión, el kirchnerismo es una expresión política en declinación, como lo fue el alfonsinismo tras la derrota de 1987 y el menemismo después de perder en 1997, y, como ellos, no retornará al poder. La sociedad argentina cambia, tras un período exige renovación de líderes. La época de los grandes liderazgos, como los de Roca, Yrigoyen y Perón, ya no tiene espacio político. También las sociedades han cambiado notablemente. Aunque este proceso esté definido en términos históricos, políticos y sociales, en los últimos meses hubo señales de agotamiento en lo económico, no en la posibilidad de crecimiento, pero si en la tarea de controlar la inflación. La fórmula consistente en aumentar salarios, asignaciones sociales y subsidios para atenuar los efectos de la inflación es la receta que el oficialismo emprende, y el pasado político muestra que no resulta eficaz para neutralizar los efectos inflacionarios sobre el poder de compra de los sectores de menores ingresos. Kirchner todavía es el actor central de la política argentina y, si bien ha perdido la guerra, todavía puede ganar batallas, aunque éstas le cuesten cada día más, como lo puso en evidencia la crisis por el Banco Central. Pero su visión política de que el conflicto genera poder, que el acuerdo implica debilidad y que, frente a la dificultad, el tropiezo o la derrota, siempre doblará la apuesta, además de ser la esencia o naturaleza del kirchnerismo, será el factor determinante del proceso político 2010-2011. Es que ello no cambiará con la declinación, sino que, al contrario, probablemente la reforzará.Hacia el futuro, no está claro si el recambio del kirchnerismo como alternativa de gobierno provendrá del peronismo disidente o del reagrupamiento del que fue el radicalismo, y esta es la ventaja que puede permitirle a Kirchner seguir ganando batallas, aunque su ocaso sea irreversible.
Por Rosendo Fraga
No hay comentarios:
Publicar un comentario