Aún con matices políticos, puede decirse que los últimos 15 años en materia económica en el país estuvieron signados por el 1 a 1 y el traumático fin de la convertibilidad en los albores de 2002. En el transito entre los dos modelos, pasaron media docena de presidentes, mientras el juego de alianzas entre los factores de poder y los sucesivos gobiernos fueron alternando al calor del tipo de cambio y los cambiantes contextos internacionales.
Durante los '90, con el dólar bajo, predominó una relación cercana entre el presidente Menen y los empresarios del segmento financiero y aquellos que ganaron con la privatización de servicios públicos.
La ola privatizadora y una fuerte llegada de inversiones externas, en un modelo económico de apertura comercial, marcó una década donde el mundo financiero conoció en la Argentina uno de sus alumnos dilectos. Los organismos internacionales y las multinacionales tuvieron un diálogo sin fisuras con el poder menemista.
En ese marco, tanto la industria como el campo corrieron con desventaja. Los primeros, no pudieron hacerle frente a llegada masiva de bienes importados, que arrasaron en el país y terminaron por desmantelar lo que quedaba del aparato productivo.
Para el campo, el resultado no fue mejor: en 1999 los productores admitían que estaban quebrados debido a los bajos precios de los commodities y a una deuda colosal con los bancos y los proveedores de insumos, superior a los 10 mil millones de pesos.
Esta situación, sin embargo, no impidió que Carlos Menem lograra en sus años de gobierno un apoyo casi incondicional de las principales cámaras empresarias, comerciales y del campo.
Llegó la Alianza y la continuidad del modelo que impuso Fernando de la Rua no marcó cambios. Apenas, un atisbo de promesas sobre reformas institucionales que tampoco dieron los resultados esperados.
Con la convertibilidad todavía en boga, ni los empresarios locales ni los inversores externos confiaron en el nuevo gobierno, al que vieron de entrada con debilidad y fisuras. El resultado no tardó en llegar y conocido: blindaje, plan de déficit cero, corralito, corralón, indicadores sociales en picada; y el final trágico de un Gobierno que dejó un agrio sabor en la memoria colectiva.
La post convertibilidad
Con un fuerte respaldo de la Unión Industrial Argentina (UIA) y la cautela de la Sociedad Rural Argentina (SRA), desde 2002 el ex presidente Eduardo Duhalde concretó la devaluación y la pesificación.
La medida, cuestionada entonces, contó con un respaldo parcial del empresariado, dividido entonces entre grupos afines a la producción nacional y grupos de perfil financiero y de servicios, mayoritariamente controlados por extranjeros.
Tras la devaluación, y luego de durísimos meses de trepada del dólar y crisis política, el humor comenzó a mudar progresivamente, acompañado por el crecimiento económico que desde fines de 2002 rompió la peor secuencia de trimestres en recesión de la historia de la economía argentina.
Las señales de Duhalde fueron claras: ubicó a José Ignacio de Mendiguren, un hombre de la Industria, en el ministerio de la Producción. Y luego del paso de Remes Lenicov por el Ministrerio de Economía, desembarcó Roberto Lavagna para conducir la salida de la crisis postdevaluación.
"En 2002, hay una discontinuidad. El sector público congela tarifas, aplica retenciones al campo, y el Gobierno tiene más peso en las decisiones", opinó el sociólogo e investigador del Conicet Marcos Novaro.
El 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner asumió el poder con un escenario de alianzas entre el poder político y los empresarios que había sido dibujado durante el gobierno de transición de Duhalde. Kirchner rápidamente ratificó esa alianza y cerró frente con la UIA. La industria creció un 72,1% desde el piso de la crisis, mientras que el promedio de la economía lo hizo en un 48%.
Hoy, la industria pregona el paso del crecimiento al desarrollo, controlando el aumento de precios, y generando un marco estable para le llegada de inversiones y un aumento del crédito. Con el campo, pese a un contexto inmejorable, la relación con Kirchner fue tirante. Con los precios de los commodities por el cielo y un tipo de cambio favorable, el repunte del sector explica en parte las arcas llenas de los ganaderos y del Estado, pero la puja por las retenciones y los cuestionamientos al estilo presidencial marcaron –al menos discursivamente- lo que fue un diálogo trunco en estos cuatro años.
En cuatro años y medio de gobierno kirchnerista, pese a la bonanza económica, los problemas no faltaron. Con los banqueros existieron reproches y acercamientos constantes. El último acuerdo para que bajen las tasas de interés en el préstamo a los créditos es una postal más de esa relación zigzagueante.
Kirchner apostó fuerte y no dudó en usar los actos oficiales para cuestionar a los principales factores de poder económico en público. Especialmente al FMI, a quien se le pagó toda la deuda contraída y se vapuleó por sus "recomendaciones" en un pasado cercano.Ahora, las promesa de una "continuidad del cambio" más allá de 2007 implica que no se presenten perspectivas de cambios drásticos, creen los analistas. Los principales factores de poder esperan una línea sin mayores alteraciones, aunque se aguardan correcciones a un modelo que empezó a mostrar síntomas preocupantes por el lado de los precios. "La característica de la economía argentina desde la segunda mitad de siglo XX es que hay sectores muy concentrados de poder con gobiernos muy débiles. La relación entre ellos sigue y seguirá siendo muy estrecha", sentenció el autor de Historia Política Económica, Roberto Cortés Conde.
Por Pablo Dorfman pdorfman@claringlobal.com.ar
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